15.2.08

Medios

2007 fue el año más mortífero para los periodistas desde 1994

En el año que acaba de terminar, un total de 64 periodistas perdieron la vida en todo el mundo en el cumplimiento de su deber. Este fue el año más mortífero en más de una década y casi la mitad de ellos murieron en Irak, informó hoy el Comité para la Protección de los Periodistas (CPP) con sede en Nueva York.

El CPP dijo que está investigando otros 22 fallecimientos para determinar si estuvieron relacionados con el trabajo. Por quinto año consecutivo, Irak siguió siendo el sitio más peligroso para los periodistas. Los 31 periodistas muertos en ese país representan cerca de la mitad del total de 2007. De estos 31, 30 fueron nacionales iraquíes. El año pasado 32 periodistas murieron en Irak.La mayoría de las víctimas fueron seleccionadas y asesinadas, como el reportero del Washington Post, Salih Saif Aldin, quien fue muerto de un solo balazo en la cabeza en Bagdad. En total, 24 muertes registradas en Irak fueron asesinatos y siete se debieron al fuego cruzado relacionado con el combate, dijo el CPP.


El CPP tiene registrado solamente un año con un número de muertos más elevado: 1994, cuando 66 periodistas perdieron la vida, muchos en los conflictos de Argelia, Bosnia y Ruanda. 'Trabajar como periodista en Irak sigue siendo uno de los empleos más peligrosos del planeta', dijo el director ejecutivo del CPP, Joel Simon. 'Los miembros de la prensa están siendo perseguidos y asesinados con una regularidad alarmante. Son secuestrados a punta de pistola y encontrados muertos más tarde o bien son baleados en el lugar. Quienes mueren casi siempre son iraquíes y muchos trabajan para agencias noticiosas internacionales', dijo Simon. 'Estos periodistas dieron la vida para que todos nosotros pudiéramos estar informados sobre lo que está ocurriendo en Irak'.

Desde que comenzó la guerra en Irak en marzo de 2003, 124 periodistas y 49 trabajadores de los medios han perdido la vida, con lo que se convierte en el conflicto más mortífero de la historia reciente para la prensa. Somalia fue el segundo país más mortífero para los medios en el 2007 con siete periodistas muertos. El CPP, fundado en 1981, reúne y analiza los fallecimientos anuales de periodistas. La lista final de periodistas muertos en el 2007 será dada a conocer el 2 de enero de 2008.

Informe publicado por la Agencia Isa (www.agenciasa.com.ar)

11.2.08

PJK


El 10 de febrero de 1996, cuando lanzó la frase que encabeza esta página, el hombre era gobernador de Santa Cruz. A la frase, sin embargo, le falta un cuarto modo de convencer a propios o extraños que Kirchner conoce (y aplica) muy bien.

Por Edi Zunino

En política hay tres métodos. Uno: convencer naturalmente. Dos: convencer por el temor. Y si no se puede con ninguno de esos dos, hay otro método: se terminó, andate.”
Néstor Carlos Kirchner.

El 10 de febrero de 1996, cuando lanzó la frase que encabeza esta página, el hombre era gobernador de Santa Cruz. A la frase, sin embargo, le falta un cuarto modo de convencer a propios o extraños que Kirchner conoce (y aplica) muy bien. Se trata de una variante intermedia entre el punto 1 (“convencer naturalmente”) y el punto 2 (convencer por temor”). Podría sintetizárselo así: “Billetera mata rival”.
Lo concreto es que, hace hoy 12 años exactos, Kirchner venía de ser reelecto como parte de la ola reeleccionista encabezada por Carlos Saúl Menem a nivel nacional y recién empezaba a diferenciarse del caudillo riojano, anticipándose a su previsible desgaste. Entonces ya era un obsesivo del PJ, esa estructura apabullante que pasa a ser un “aparato pasado de moda” cuando lo manejan otros y que, en breve, se dará el gustazo de comandar. Decía el Pingüino, por aquellos días: “La conducción del partido implementa procedimientos feudales, parece tener sólo un jefe y un empleado.” “Somos la minoría testimonial dentro del PJ, un espacio sólido alternativo.”
El “jefe” era Menem. Y Eduardo Duhalde, el empleado. En dicha “minoría testimonial” empezaban a brillar Kirchner, su esposa, el porteño Gustavo Beliz y el mendocino José Octavio Bordón, quien quería volver al calorcito pejotista tras conseguir 5.000.000 de votos, aliado a Chacho Alvarez contra Menem. Recién a partir de 2003, tras el tole-tole heredado de la Alianza armada por Chacho con la UCR, se sabría que los Kirchner manejaban su provincia con criterios feudales demasiado similares a los que cuestionaba.
En 2003, Kirchner llegó casi de carambola a la Presidencia de la Nación, gracias al apoyo por descarte de Duhalde, quien poco después pasó a ser otra vez uno de sus grandes enemigos y ahora quizá vuelva a convertirse en uno de sus más caros aliados, Roberto Lavagna mediante, por convicción, por temor o por lo que sea. Gustavo Beliz fue su primer ministro estrella, hasta que Kirchner le dijo “se terminó, andate”. Y Beliz se fue, como se había ido del gobierno de Menem: denunciando corrupción. Sería interesante recordar que, hace 12 años exactos, cuando Kirchner se acercó a Beliz para diferenciarse de Menem, tampoco se diferenció tanto.
Pese a los desplantes de Beliz, Kirchner sostuvo hasta último momento que Menem era “totalmente ajeno a esas cosas”. Se excusaba así: “Yo no sé nada de eso, estoy a 3.000 kilómetros. Si no, honestamente lo digo, haría todas las denuncias que correspondan”. Después parece que supo algo. O le resultó conveniente saberlo. Qué más da... Lavagna también se fue del gobierno de Kirchner hablando pestes, aunque sin énfasis, de una supuesta “cartelización de la obra pública” en favor de un presunto “capitalismo para los amigos”. Pero como Lavagna no suele poner énfasis a prácticamente nada, todo el mundo entendió que se estaba revelando ante una manera bastante mafiosa de administrar los fondos del Estado.
Así fue como Lavagna se coló en la segunda elección presidencial consecutiva con tres candidatos de cuna peronista: tal como en 2003 habían competido Menem, Kirchner y Adolfo Rodríguez Saá, en octubre pasado el ex ministro se anotó para peleársela a la señora de Kirchner y al hermano de Rodríguez Saá. Todos divididos, triunfó Cristina. Los Kirchner están haciendo todo lo que hacen (sobre todo él, hay que decirlo, porque es el que más hace de los dos) en pos de una estrategia a esta altura inocultable: ganar las elecciones de 2011 con la mayor cantidad de votos posible por encima del 51%, lo cual, desde su omnímodo punto de vista, significa: Garantizar que, llegado el momento, el voto peronista no vaya disperso.
Lograr que la UCR se reorganice en torno a los radicales K. Encolumnar a las dos principales identidades políticas argentinas tras un mismo proyecto les permitiría, según sus planes, edificar ese “nuevo movimiento popular” que no supieron conseguir ni Raúl Alfonsín, ni Carlos Menem, ni, mucho menos, Fernando de la Rúa. Hay una condición ineludible: que la gestión Cristina pueda soportar cualquier clase de eventuales zozobras (sobre todo económicas), merced al férreo control del Congreso, los sindicatos, los movimientos piqueteros y las gobernaciones, y a la inexistencia fáctica de una oposición sensata.
En ese sentido, Lavagna le resta más a la oposición de lo que le suma al oficialismo, donde sólo aquilata pergaminos de economista apto para las tormentas. Semejante acumulación de poder sólo sirve para nublar un hecho que el matrimonio presidencial estaría en condiciones de adjudicarse: la democracia necesita de partidos fuertes y los Kirchner parecen ser los únicos interesados en recrear un sistema basado en ellos. A este paso, el único partido fuerte será el PJ y su único líder, el esposo de la Presidenta y principal candidato a sucederla.
En el mejor de los casos, la UCR revivirá como apéndice de ese esquema. Del otro lado, al menos en el mediano plazo, quedarán Elisa Carrió y sus amigos (que cambia seguido), Mauricio Macri y los suyos (entre los cuales hay varios “pejotistas”) y los devaluados Menem aliados a los excéntricos Rodríguez Saá, que se autocondenan a llegar tarde a todos lados, porque en San Luis se levantan una hora después que en el resto de la República Argentina. Por convicción, por susto o por interés, el que se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen. Lo dice el manual del PJK.

4.2.08

TRAS EL NUEVO GIRO EN SEGURIDAD EN LA PROVINCIA


Punto límite


Daniel Scioli restituyó la figura del jefe de policía, anunció más agentes en la calle y elogió a la Bonaerense. Dice que, a cambio, espera resultados. La experiencia internacional demuestra que el gobernador tiene altas chances de quedar defraudado. Aquí, la visión comparada: países que aumentaron el número de policías y no bajaron la inseguridad. Los países con menos efectivos. El debate pobreza-delito.



Por José Natanson


Aunque condimentada con las obligatorias alusiones a la inclusión social y la pobreza, la política de seguridad de Daniel Scioli avanza en una dirección conocida: designación de un jefe policial, promesas de sacar nueve mil agentes más a las calles y construcción de cárceles. Aún no se ha llegado a la situación de Centroamérica, donde los policías y los militares disputan las elecciones presidenciales y las leyes permiten detener a una persona por el solo hecho de tener un tatuaje, ni al extremo de Brasil, cuyo ejército utiliza a Haití como campo de entrenamiento para luego controlar la seguridad en las favelas. Pero que los otros tengan un problema mayor no implica negar el propio. Apagada la llama de Blumberg, la Argentina no llegó al punto límite en que la sociedad y la clase política recurren a las soluciones más desesperadas. Pero tampoco se encuentra tan lejos.


Guatepeor


Mirar Centroamérica es una buena forma de pensar adónde no habría que llegar. Dejando aparte, por motivos obvios, a Colombia, los países más inseguros de la región son los centroamericanos, especialmente el triángulo norte formado por Honduras, Guatemala y El Salvador, golpeados por la combinación explosiva de pobreza, desigualdad y la herencia autoritaria de las guerras internas, un cuadro devastador al que últimamente se han sumado las maras, un fenómeno eminentemente centroamericano, cuyo inicio se vincula a los pandilleros emigrados a Los Angeles y luego deportados por Estados Unidos.
Ante la crisis, los gobiernos recurrieron a una secuencia de respuestas represivas in crescendo a través de una serie de planes igualmente inútiles, pero de nombres realmente espectaculares, y con candidaturas presidenciales al tono.

El gobierno de El Salvador, tras el fracaso del Plan Mano Dura, lanzó el Plan Súper Mano Dura, y se prepara para apoyar al ex director de la Policía Nacional Civil, Rodrigo Avila, para las elecciones presidenciales del año próximo. En Guatemala, el gobierno diseñó el Plan Escoba para frenar una supuesta invasión de mareros, que sin embargo no alcanzó para detener el ascenso del líder opositor de la tolerancia cero, Otto Pérez Molina, ex general del ejército y jefe del Partido Patriota, que quedó en segundo lugar en las elecciones del año pasado.

En Honduras, el candidato del Partido Nacional, Porfirio Lobo Sosa, elaboró una propuesta de combate a la delincuencia que denominó Puño Firme, gracias a la cual estuvo cerca de triunfar en las elecciones del 2005.
Las leyes se han puesto en línea con los reclamos populares de mano dura, con penas que harían las delicias del señor Blumberg. En los tres países, la edad de imputabilidad se ha bajado a los 12 años. Pero hay más: en Honduras, el Código Penal fue reformado en el 2004 para incluir penas ¡de hasta diez años de prisión! por el solo hecho de llevar un tatuaje identificable con una pandilla.

En El Salvador, la ley antimaras sancionada en el 2003 permite encarcelar por marero a todo aquel que “se reúna habitualmente, haga señas o tenga símbolos como medio de identificación o que se marque el cuerpo con cicatrices o tatuajes”.
En todos los casos, la inseguridad sigue creciendo. En 2006, la tasa de homicidios en Centroamérica duplicó la de América latina: 43,4 contra 25 por cada 100 mil habitantes, según datos de la Organización Panamericana de la Salud.


País tropical


En Brasil, las cosas están apenas mejor. La tasa de homicidios es de 31 por cada 100 mil habitantes, aunque un análisis más atento permite distinguir diferentes situaciones: según cifras oficiales, la tasa de homicidios sube a 50 si se toman en cuenta sólo los hombres, a 100 si se restringe el universo a los hombres jóvenes de entre 15 y 24 años, y a 200 si se limita a los hombres jóvenes que viven en una favela, en general negros.
Brasil destina una cantidad increíble de recursos a la seguridad –11 por ciento de su PBI, casi lo mismo que el PBI total de Chile– pero con un enfoque poco claro. Aunque Lula anunció, en el marco del Plan para la Aceleración del Crecimiento, una serie de medidas destinadas a urbanizar y proveer servicios en las favelas, la situación de la policía no ha cambiado mucho desde el fin de la dictadura. De hecho, la principal fuerza policial, la Policía Militar, depende del Ejército.

Y la militarización incluso ha avanzado, con las brutales incursiones en los morros y decisiones como la del ex ministro de Defensa, José Viegas, quien defendió la participación de Brasil en la fuerza de Naciones Unidas en Haití con el argumento de que sería un buen entrenamiento para los militares que después se dedicarían a controlar la seguridad en las ciudades.


Un mundo sin policías


Basta con analizar un minuto la situación de los países desarrollados para confirmar que la clásica idea de saturar las calles de policías no es la solución al problema. Los nórdicos son siempre los ejemplos más felices. Finlandia, por ejemplo, ostenta un record notable: tiene menos policías por habitante que cualquier otro país del planeta, poquísimos presos –sólo tres mil– y, al mismo tiempo, una de las tasas de homicidios más bajas del mundo: 2 por cada 100 mil (doce veces menos que América latina). Dinamarca, con un enfoque similar, presenta una tasa de homicidios de 1,1, Noruega 0,9 y Suecia 1,2.


El contraste con Estados Unidos es notable. La tasa de homicidios es de 6,9 por cada 100 mil habitantes, tres o cuatro veces más que la de Europa, casi al nivel de los países latinoamericanos más tranquilos, como Uruguay o Chile. Esto, pese a la tolerancia cero, la pena de muerte y el hecho de contar con la mayor cantidad de presos del planeta: 1.800.000 personas tras las rejas, es decir 648 por cada 100 mil habitantes, diez veces más que Dinamarca o Suecia.


Causas y consecuencias


Las causas de la inseguridad son complejas, van desde la pobreza y la exclusión hasta la ruptura de los lazos familiares, la desigualdad, el quiebre de las solidaridades comunitarias, la individualización de la vida social, el repliegue del Estado, las herencias autoritarias, la globalización del crimen. No hay una única causa ni, mucho menos, una relación automática entre pobreza y delincuencia. Los dos países centroamericanos más seguros son, curiosamente, el más rico y el más pobre. Costa Rica, el único con una cierta tradición igualitarista y lo más parecido a un Estado de Bienestar que existe por esas tierras, tiene una tasa de homicidios de 5,4 por cada 100 mil habitantes. Nicaragua, el país más pobre de América latina después de Haití, ostenta una tasa de homicidios relativamente baja (8 por cada 100 mil), gracias a una serie de factores complejos: menos desigualdad que sus vecinos y una policía cercana a la comunidad heredada del sandinismo.


En Mitos y realidades sobre la criminalidad en América Latina, Bernardo Kliksberg identifica la desocupación juvenil como la principal causa de la crisis de seguridad. Uno de cada cuatro jóvenes latinoamericanos no estudia ni trabaja y sólo el 40 por ciento de los latinoamericanos termina la escuela secundaria, contra 85 por ciento en los países desarrollados, según la OCDE. “En una visión de conjunto las causas de la epidemia de criminalidad no son misteriosas. La región ha visto en las últimas décadas la agudización de los problemas sociales y las desigualdades. Ello ha multiplicado los factores de riesgo a la delincuencia. La combinación de jóvenes excluidos, que no tienen por dónde ingresar a la vida laboral, de baja educación y familias desarticuladas crea un inmenso grupo de jóvenes expuestos”, sostiene Kliksberg.
A la falta de oportunidades y expectativas habría que sumar la ineficiencia y la corrupción policial. Luiz Eduardo Soares, ex ministro de Seguridad de Brasil, es el autor de A elite da tropa, un best seller acerca de la brutalidad policial en las favelas que sirvió de base para la película del mismo nombre, una de las más vista en el 2006.

En pocas palabras, Soares (Nueva Sociedad 209) explica por qué la corrupción policial y la inseguridad son parte del mismo problema. “Cuando una autoridad de la seguridad pública o un superior jerárquico le otorga a un policía licencia para matar, también le está otorgando el poder para negociar la vida y la libertad. La lógica es sencilla: si al policía no le cuesta nada matar al sospechoso (excluyendo, en ese cuadro devastador, posibles frenos morales o superyoicos), ¿qué motivo habría para preservar su vida? Quien puede más, puede menos; quien puede quitar la vida sin necesidad, también puede preservarla. Puede, por lo tanto, decidir según su arbitrio, lo que incluye la posibilidad de cobrar dinero para evitar la muerte. Y lo que vale para la vida, vale, con más razón, para la libertad. ¿Por qué detener a alguien si soltarlo puede rendir una propina? Las consecuencias son evidentes y permiten comprobar el camino que conduce de la violencia policial autorizada (irónicamente, en nombre de la eficiencia policial y de la lucha contra el crimen) a la corrupción y la degradación institucional, cuyo resultado es la impotencia en el combate a la criminalidad. Violencia policial e ineficiencia policial son dos caras de la misma moneda.”


Argentina


Si se compara con el resto de América latina, la situación argentina no parece tan trágica. La tasa de 6,8 homicidios por cada 100 mil habitantes es casi cuatro veces inferior al promedio regional, cinco veces menor que la de Brasil y Venezuela y doce veces menor que la Colombia, y levemente superior a la de Chile y Uruguay.
Esto no significa que la crisis no exista, pero sirve para ponerla en perspectiva. El problema no es el problema, sino las respuestas gubernamentales. En los últimos años en la provincia de Buenos Aires, donde se produce la mitad de los homicidios del país, pasaron ministros de seguridad tan disímiles como Juan Pablo Cafiero, León Arslanian (dos veces), Luis Genoud y ¡Aldo Rico!, todos bajo gobiernos peronistas. Las políticas han sido espasmódicas, reacciones de cortísimo plazo ante los estímulos de la opinión pública, como demuestran las reformas penales blumbergianas, apoyadas masivamente por los legisladores. Los anuncios de Scioli, a los que se suman los planes de Mauricio Macri, implican el enésimo cambio de enfoque en los últimos años.
Pero quizá la responsabilidad no haya que ponerla en ellos, que al fin y al cabo nunca prometieron nada muy distinto, sino en la dificultad para elaborar una respuesta progresista consistente, en una reedición de la táctica del avestruz que tiene antecedentes infelices: en los ’80, cuando la crisis de inflación y deuda externa acabó con el modelo de sustitución de importaciones y arrasó con la popularidad de los primeros presidentes posautoritarios, la izquierda no logró construir una respuesta económica sólida, que finalmente llegó desde la derecha, con el ajuste neoliberal y el Consenso de Washington.

¿Ocurrirá lo mismo con la crisis de inseguridad? Durante años, el progresismo prefirió esquivar el tema, un poco como resultado de un diagnóstico simplista (considerar la inseguridad como un subproducto automático de la pobreza), otro poco por el rechazo a utilizar la represión legítima generado por las dictaduras, o simplemente por pereza. Mientras, la derecha fue construyendo una respuesta, ciertamente equivocada, pero respuesta al fin: más policías, más penas, más cárceles.

Una década de neoliberalismo fue el resultado fatal de la falta de alternativas progresistas a la crisis de la deuda. A juzgar por las estadísticas, tal vez todavía haya tiempo para pensar una respuesta auténticamente progresista a la crisis de inseguridad. Al menos en la Argentina.

Se fue un tipo extraordinario

Su documento de identidad decía que mi viejo nació un 25 de agosto de 1933, aunque en realidad su cumpleaños era el 23 de agosto, se ve que ...