18.4.09

ARTURO CARRERA: ‘LA POESÍA ES ARTE DE ESPERANZA; RESTAURAR UNA ESTACIÓN DE TREN, TAMBIÉN’

A VECES, LOS SUEÑOS Y LOS DESEOS NO QUEDAN SÓLO ATRAPADOS EN LA ESCRITURA. EN EL CASO DE ARTURO CARRERA, INVOLUCRADO EN CUERPO Y ALMA EN EL RESCATE DE LA CULTURA DE UN PUEBLO DE LA PAMPA HÚMEDA, LAS UTOPÍAS SON POSIBLES.

Por Claudio Martyniuk


Algunos pueblos chicos conservan el gesto antiguo, una luminosidad tenue, un ritmo marcado por el contraste insistente de la pausa. Antes el silencio y la geografía eran cortadas por el tren. Pero las estaciones vacías se convirtieron en monumentos nostálgicos. Aunque no siempre, no en todos los pueblos, ya que algunas han encontrado nuevas formas de respirar, con poéticas y políticas que desde la nada residual prefiguran otros modos posibles de existir. La recuperación, el aliento vital, tienen procedencias a veces extrañas, que rozan lo imposible y toman por asalto las ruinas.
El poeta Arturo Carrera es protagonista de la historia de una estación que atravesó su infancia -Quiñihual, en la zona agrícologanadera de la Provincia de Buenos Aires-, se hizo poesía y ahora deviene espacio cultural, centro de traducción, lugar de hospitalidad.

- El ferrocarril ha sido un emblema de la civilización. En medio de ramales clausurados o que apenas son transitados, quedan estaciones, como Coronel Pringles o Quiñihual. Estos espacios, ¿qué guardan, qué conservan, qué alimentan?

- Estos últimos años, en mi recorrido por las cuatro estaciones que signaron mi infancia (Lartigau, Quiñihual, Pringles y Krabbe), todas en ruinas (abandonadas, saqueadas, vacías), experimenté, acaso tarde, lo que me pone en alerta contra la poesía como "trabajo artístico". Contra la poesía como la leí en ciertos contemporáneos. Contra la poesía alejada de la vida. Como si la comprensión, para mí, al evaluar el sentido de un lugar donde hubo un "atisbo de civilización" -vos hablás de emblema de la civilización y las estaciones lo eran- llegara desde ese vacío. Es lo que el poeta Giorgos Seferis vivió en Asiné, el lugar de cuyo rey se habla una sola vez en la Ilíada, y donde Seferis concluyó que aquel páramo, después de la civilización, como aquel otro que había visto en Seleucia, no era para él sino una "invigorating emptiness", el vigor que da el vacío, y la posibilidad que éste abre para el que busca una verdad nueva. En mi caso, esa verdad es la poesía de la acción.

- ¿Por ejemplo?

- La comprensión de esa idea nueva también se la debo a Chiquita Gramajo -musa o Gradiva para mí- quien desplazándose por entre las ruinas de la estación Quiñihual dijo: "aquí hay que hacer un centro de traductores". Y eso fue como buscar en la herrumbre, una vez más, el ferrocarril, su movimiento; e insistir como la poesía misma, contra la memoria de lo "ignoto". Fue como nutrir allí, en Quiñihual, el aoristo de los momentos e "ilusión poética", el deseo simple de ser.

- Aoristo, un tiempo verbal del griego, significa "sin horizonte". ¿Pero todavía puede haberlo?

- La poesía, como yo no la entiendo pero es, en esta distracción discontinua de los días, es un arte de esperanza, o para utilizar el título de un poema de Yves Bonnefoy, es la tarea de la esperanza. De las utopías. Las utopías están sobre todo como el polvo vestigial sobre las cosas, sellando imperceptiblemente su apariencia. Fourier y sus mundos utópicos parecían disolverse y desaparecer al cerrar sus libros; pero fue el efecto de esa disolución lo que creó luego la magnífica cita de Italo Calvino cuando escribe: "La utopía que yo busco hoy no es más sólida que gaseosa: es una utopía pulverizada, corpuscular, en suspensión." Las utopías actuales quizá sean eso: pura energía corpuscular en suspensión.

- ¿Cómo es esta utopía suya?

- Nuestra asociación Estación Pringles, que presido con Juan José Cambre, fue planteada como una utopía corpuscular, una utopía realizable en la pampa húmeda. El abanico de proyectos que impulsa incluye actividades con escuelas rurales, otra utopía que está en marcha.

- ¿Por qué habría que ir a Pringles, si no es Delfos?

- Esa es la conclusión de mi poema: "Vengan a Pringles; ya sé, no es Delfos." Claro, no es Delfos pero al escribir ese poema, Casa del fauno, pensé en la idea del xenófilo (el que ama al extranjero) opuesto al xenófobo (el que odia a los extranjeros). Para los griegos la palabra 'xenos' quiere decir a la vez extranjero e invitado, amigo que se recibe por hospitalidad en la casa de uno. En eso pensé para nuestro lugar, en Pringles, como un anhelo. Que lleguen invitados, que lleguen extranjeros. La diferencia con Pringles está en la ausencia de templos para un oráculo, como fue el caso de Delfos. Siempre me gustaron esas palabras de Eurípides cuando dice que para los griegos es costumbre recibir a los "arruinados por el mar" y entregarles regalos de hospitalidad, incluso ropas. Me contó el poeta Arnaldo Calveyra (en Pringles) que visitando Delfos de muy joven quiso pasar la noche al lado del templo, y así lo hizo. Al despertar, alguien había dejado a sus pies una bandejita con leche, pan y queso de cabra.

- ¿Una posta poética puede ser popular?

- Es interesante tu pregunta porque a veces suele confundirse nuestra apuesta con una invasión, con una "colonización". Entender todo el proyecto como una estetización de lo popular es un error o una tergiversación maliciosa. Desde el comienzo buscamos todo lo contrario. Una acción poética que no descontara la vida. Acaso porque la cultura y lo popular como entendieron también Eliot o Pasolini o Giacometti no son sino la manera de volver a centrar nuestra conciencia en los gestos mínimos de la vida humana.

- ¿El compromiso con Pringles es un modo de hacer justicia con el pasado?

- No se trataría de eso. La escritura, según creo, trabaja con el aoristo. El aoristo era el tiempo verbal que le asignaba un valor instantáneo al ahora, como una especie de carpe diem, cosecha el momento. ¡Carpe el día, piensa vagamente en el venidero! Pero aquí se trata de momentos: ¡Carpe el momento! El aoristo convierte todo en momentos, es decir, considera la acción como un momento: mira una acción entera como algo que sencillamente ha sucedido para siempre, como la infancia para Pavese. Ahora, en la acción, este verano, trabajamos en el aoristo de las tareas de restauración de la estación Quiñihual. ¿El aoristo puede apartarse de la acción verbal? A mi juicio, sí. La tarea misma de la infancia revisitada continuamente es eso. El aoristo está allí donde no hay horizonte, pero alguien habla. Donde bastaría dibujar el invisible horizonte en diferentes mapas, como lo hacía Joyce según su hermano Stephen.

- Los trenes, las estaciones, ¿qué pueden decir de esa infancia que desapareció?

- El tren, para todos, las estaciones, para nuestras infancias, si puedo decirlo así, fueron lo maravilloso mismo, una especie de linterna mágica lentísima sobre la ajena velocidad de los caminos y los viajes. Me acuerdo de mi primer viaje en tren, con mi padre, a Bahía Blanca. Había visto su partida tantas veces desde la terraza de mi casa, con el humo de la locomotora del tren que lo llevaba a Lartigau, entre el azul de las sierras, al atardecer y me entristecía. Pero ahora estaba yo en la boca de esa giganta de hierro que escupía vapor. Estaba en ese ruido, en esa despedida sospechosa y feliz, en esa inquietud de la llegada, en la campana y silbato de cada estación. En fin, hasta el coche mateo y su caballo que tomamos al llegar a Bahía Blanca son la infancia y el ferrocarril.

- ¿Qué se hace en Quiñihual?

- El nombre Quiñihual proviene del arroyo que surca las tierras donde está la estación y donde dicen que vivió y murió el cacique Quiñihual, un indio fuerte y tozudo que no quiso abandonar su lugar ante el embate cristiano. Hacia los años 30, Quiñihual contaba con varias viviendas, una escuela, destacamento policial, comercios de diversos rubros y dos herrerías. Después del cierre del ferrocarril se produjo un despoblamiento del lugar. En la actualidad sólo funciona un antiguo almacén atendido por Pedro Meier. Nuestra "utopía realizable", porque ya se está realizando, es crear un centro descentrado: ni Buenos Aires ni Bahía Blanca sino Quiñihual, prueba de soledad en el paisaje. El Espacio Quiñihual, como se llama, se propone fomentar la producción literaria y artística y el intercambio creativo con la comunidad. También estimular la producción de los jóvenes escritores de la provincia de Buenos Aires (lo que está ya sucediendo con nuestro Premio literario Indio Rico) y generar (con la estación y sus viviendas) un lugar físico para recibir visitantes nacionales y extranjeros mediante un programa de residencias.

- Aira, Piglia, usted ..., ¿por qué la escritura argentina más exquisita se compromete en esta "fijación efímera" del proyecto que promueven?- Creo que tanto ellos como asimismo Daniel Link, Sebastián Freire, Edgardo Cozarinsky, Diana Aisenberg, Prior, María Moreno, Alan Pauls, Sergio Chejfec, Mario Bellatin, Kuitca entre los "amigos famosos" que nos ayudan con su presencia, comprendieron que no sólo a los "insignes artistas" roza este proyecto, sino que sus diferentes ramales (valga la metáfora ferroviaria) han producido ya muchísimo interés y participación en la región y en el exterior.

- Este compromiso que vincula y hace de manera muy local, ¿es un culto a la amistad?, ¿es una forma mínima y posible de política?

- Todo eso junto. Si esto fuera más que un sueño escrito, cabría recordar esas palabras de Barthes de que todo adjetivo lleva, como una hormiga, su carga de ideología. Y esto es un baile en piso de tierra para el hormiguero de los adjetivos: ¡Qué maravilla inmigrante! ¡Qué utopía descamisada! ¡Cuánta felicidad irrefutable!.-

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