21.10.09

Otra victoria de los guerreros de las sombras

Por Martín Caparrós


Ahora ellos también hacen la Gran Diego: dicen que fueron los periodistas los que armaron la historia. Dicen que ellos nunca dijeron que iban a adelantar la hora: que todo fue un invento de los medios. Si así fuera, tendrían que preocuparse en serio: su comunicación es tan berreta que consiguieron que no sólo millones de argentinos sino también los gobernadores de todas sus provincias creyeran que esta noche iba a cambiar la hora. Un sainete auténtico: 17 gobernadores declarando que no acatarían una medida del Gobierno que el Gobierno nunca pensó tomar: desopilante. Algo les funciona ligeramente mal, muchachos: mucho peor que a Maradona.


La cuestión –de la que nadie habla– es tanto peor que el ex Diez diciendo tonterías. No es un exabrupto sin salida, no es un gol más o menos: es otra forma de robarnos y jodernos la vida. Por más que ahora lo niegue inverosímil, este Gobierno había decidido que cambiaríamos la hora dos veces por año, como lo hace la mayoría de los países del mundo, como lo hacía el nuestro hasta que las corporaciones eléctricas consiguieron que Menem lo suspendiera para ganar más plata. Este Gobierno lo recuperó, grasiadió. Hasta que ayer cedió a la presión de esas corporaciones y de los comerciantes que quieren levantar un mango más sacando a los turistas de la playa y decidió anularlo –un día antes de que entrara en vigencia–. Me parece, por decirlo de un modo suave, una agachada estratosférica.


El ministro De Vido lo explicó ayer mismo: “El 2009 nos encuentra con un crecimiento de la cantidad de producción y distribución de energía”, dijo, “y como la demanda sólo creció un 2 por ciento en los dos últimos años, el saldo es muy grande”. En circunstancias más normales, la noticia sería que la demanda de energía –indicador decisivo– está casi estancada. Hoy es que, como las eléctricas necesitan vender más porque producen demasiado, el Gobierno toma –o destoma– una medida para que los ciudadanos tengamos que gastar más energía. De eso se trata la redistribución kirchnerista: sacarles la plata a los usuarios para dársela a las corporaciones. En esta Argentina descifrada es difícil hacer las cuentas necesarias para saber cuánto más vamos a pagar todos los usuarios por esta medida, ya sea directamente, en las boletas, o indirectamente, a través de los subsidios. Dicen que el ahorro del cambio de luz es poco, no más de un 2 por ciento: en cualquiera de las hipótesis que pude encontrar ese 2 por ciento son cientos de millones. Eso sí que es redistribución de la riqueza.


“Discutamos, más bien, por qué razones se toman las decisiones que se toman”, escribí aquí mismo el otro día. “A saber: si es más importante que millones de personas puedan gastar un poco menos en electricidad y disfrutar un poco más de la salida del trabajo o el paseo o el rato con los chicos o lo que sea que se les cante todavía con luz, o lo que importa es el negocio de algunos negociantes. Sería bueno pensar cuántas otras medidas están regidas por el mismo patrón de beneficio directo para un sector determinado. Los guerreros de las sombras están en todas partes, y eso hace que ésta sea una discusión tanto más seria que lo que podría parecer a primera vista: no se trata sólo de una hora más o una hora menos, sino si debemos permitir que –incluso en un caso tan burdo– nuestras vidas se manejen según los beneficios económicos de algunos. Es lo que pasa siempre, pero a veces por lo menos disimulan. Se agradece: un pueblo adulto, un pueblo serio, un pueblo decidido como el nuestro se ha ganado el derecho de que no se lo digan en la cara.


”Ya lo hicieron. Con este sainete menor este Gobierno agrega, a la ofensa, la estupidez y la sospecha. Si hace un año, si hace seis meses, si hace cuatro días el cambio de hora era una medida necesaria para que el país anduviera mejor –y por eso la habían decidido– ¿cómo fue que descubrieron, tan de pronto, que ya no lo era? Frente a tal despropósito, todas las desconfianzas, todas las suspicacias son posibles: que les pagaron, que los apretaron, que no saben lo que hacen. Y, sobre todo, una certeza: gobernar es tener ideas y sostenerlas, mantener –incluso– alguna convicción que otra. Gobernar es pensar con más de dos días de anticipación las medidas que afectan a cuarenta millones de personas. Gobernar es decidir qué hacer y no dejarse llevar por el oportunismo, no improvisar y cambiar sobre la marcha según los lobbies y las alianzas politiqueras del momento. Gobernar es, seguramente, no escudarse en esa tontería gastada de los medios. Gobernar, en síntesis, es algo muy distinto de lo que hacen estos señores y señoras del gobierno argentino. Y redistribuir la riqueza, para algunos, es sacarles a los ricos para darles a los pobres. Para otros, se ve, es todo lo contrario.

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