Por Daniel Arcucci

Con la lista para Alemania en la mano, uno puede deducir que José Pekerman, y también Julio Grondona, han tomado todas las precauciones posibles para no volver a tropezar con las mismas piedras con las que la selección chocó en Japón, hace cuatro años.
De aquella historia futbolísticamente trágica en resultado, quedaron dos escenas grabadas, una al principio y otra al final de la competencia, y fueron lecciones que parecen haberse aprendido de memoria: la primera se dio minutos antes del debut ante Nigeria y fue la lesión de Ayala, que debió ser reemplazado de urgencia por Placente a falta de otra alternativa; la segunda se dio en el que sería el último partido, cuando Bielsa se quedó sin variantes de ataque en el banco para quebrar a Suecia.
De esta lista de hoy, suficientemente sólida en ilusión, surge con claridad que se pretende contar con todas las variantes posibles en defensa -hasta con un exceso de zagueros centrales, pero polifuncionales- y en ataque -con seis opciones, mucho más que pocas veces antes- corriendo el único riesgo de dejar desguarnecido el puesto de volante central -con Mascherano casi en soledad-.
Y no parece ser la única influencia de la experiencia japonesa: sólo sobreviven de ella Ayala y Crespo -que se salvaron de la renovación por la falta de reemplazantes claros-, y también Aimar y Sorin -hijos dilectos del DT-. Por lo demás, no hay ausencias que puedan suponerse potencialmente decisivas, tal como sí sucedía con Saviola y Riquelme hace cuatro años. El dolor por Zanetti y Lux, por ejemplo, es más humano que futbolístico.
Demichelis, que conmueve por su emotiva reacción, no parece que vaya a conmover la estructura del equipo por no estar. Agüero fue un hermoso sueño, pero incompatible en simultáneo con el de Palacio. Y, hay que decirlo, ninguno de ellos hubiera sido titular en un equipo que, desde su conformación como plantel, saldrá a atacar hasta a los fantasmas.