Por Fernando Neira
Cada cuatro años un grupo de 23 futbolistas, y su
correspondiente cuerpo técnico, tienen una oportunidad histórica que atraviesa
incluso los límites deportivos. Estamos a pocos días de que se ponga nuevamente
en marcha la esperanza de conseguir la tercera Copa del Mundo para nuestro
país, después de aquellas ya lejanas epopeyas de los años 1978 y 1986.
Para no herir susceptibilidades en una sociedad tan
crispada y eruptiva como la nuestra, comparto lo que dijo el otrora campeón del
mundo en México ´86, Jorge Valdano, cuando le consultaron cuán trascendental
era este deporte para las sociedades: “El
fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes”.
Está claro que hay cuestiones más relevantes que el
fútbol, y que aunque la selección traiga de la mano de Lionel Messi la Copa del
Mundo y salga a festejar al balcón de la Casa Rosada, a los que no les alcanza
el sueldo para vivir lo van a seguir padeciendo. La Justicia va a seguir siendo
igual de injusta, la educación continuará tan menospreciada y bastardeada como
antes, y seguiremos teniendo un treinta por ciento de la población bajo la línea
de pobreza.
Tampoco los que navegan con sus lujosos yates por
el Delta van a dejar de enfiestarse cada fin de semana, ni los laburantes van a
dejar de transpirar el lomo para llegar a sus trabajos en menos de dos horas
para que la SUBE les rinda un poquito más. Los que representan empresas
offshore lo continuarán haciendo sin ningún tapujo, y los que venden sánguches de salame, con canasta
de mimbre en mano por el microcentro, la van a seguir peleando para llevar el
mango a la casa. El mundo no será ni peor ni mejor, está claro.
Pero a pesar de todo esto, ustedes, los elegidos
para representar a nuestro país en el Mundial de futbol, tienen una importante
misión por delante. Tienen una gran responsabilidad. Es un Mundial de fútbol
viejo!!! La oportunidad de cerrar, por lo menos durante unas semanas, la grieta
que separa a la mayoría de los argentinos. Cuentan con la posibilidad de darle
una cuota mínima o máxima de alegría, depende el fanatismo de cada uno, a
millones de ciudadanos que a miles de kilómetros de distancia van a estar
alentándolos. También complacer a los 15 mil compatriotas que se calculan van a
viajar a Rusia a cumplir el sueño de ver en vivo semejante competencia
deportiva, como así también satisfacer a los que no saben en qué idioma llegar
a fin de mes. Aunque muchos de ustedes estén radicados en Europa y cuenten con
un status social-económico casi de otro planeta, no desconocen que en nuestro
país no abundan las buenas noticias.
El filósofo alemán Karl
Marx, reflexionó alguna vez que “la
religión es el opio del pueblo”, dando a entender que la religión era usada
por las clases dominantes como instrumento para controlar al pueblo,
aliviándolo y dándole sentido a sus padecimientos mediante la idea de un mundo
de dicha y promesa de vida eterna. Luego algunos intelectuales contemporáneos y
detractores del deporte del balón, aggiornaron dicha frase
transformándola en: “El fútbol es el opio de los pueblos”. Existen varias semejanzas entre el
pensamiento religioso y el pensamiento futbolero, y la fe es el combustible
común entre ambos. ¿Y si así lo fuera qué? ¿Está mal que una vez por semana el
hincha del fútbol, y en el caso de los mundiales cada cuatro años, se abstraiga
de sus pesares para disfrutar y alentar a la selección?. Como si no lo fuesen a
estafar, flexibilizar, engañar o perjudicar en otro momento del calendario
cuando no ruede la pelota. Pero por favor, o acaso no es mejor anhelar o
disfrutar de algo que nos gusta y no en algo que odiamos o padecemos como la
rutina misma. Lo curioso de los que tienen una postura anti deportiva, o atea,
es que sí creen en un líder, en un partido político, en una coalición etc. Al
fin y al cabo todos con sus verdades a medias salpican sus creencias con esa
cuota de autoengaño que hace más digerible la realidad.
Jugadores, tienen la chance de disimular algunas
heridas, desilusiones, de hacer homogéneo lo heterogéneo durante por lo menos
90 minutos cada vez que entren a la cancha con la camiseta de la selección.
¿Les corresponde tamaña responsabilidad?, seguramente no. Pero no dejen pasar
esta oportunidad. ¿Tienen idea de la cantidad de hijos del barrio, padres de
oficina o abuelos fabriles que desearían estar en su lugar defendiendo la celeste y blanca?. No pierdan la chance
de entrar en la historia. El fútbol está en nuestro ADN, en nuestro árbol
genealógico mal que le pese a algunos.
Ninguno de ustedes había siquiera nacido cuando Daniel Bertoni con la 4 en la espalda vencía al arquero holandés Jan Jongbloed
y ponía el 3 a 1 definitivo con el que Argentina se coronaba campeón del mundo
por primera vez en la historia en el Monumental de Núñez. Y sólo algunos pocos
integrantes del actual plantel jugaban con Playmobils en plena niñez cuando
Diego Maradona dibujaba el mejor gol de la historia ante los piratas ingleses
en el estadio Azteca, mismo escenario donde días después la selección nacional
superaría a Alemania por 3 a 2 y así sumaba a las vitrinas el segundo título
mundial. La gloria deportiva es eterna muchachos...
En el certamen van a competir contra selecciones
más consolidadas, con mejor preparación o respaldadas por Asociaciones mucho
más serias y transparentes que la AFA. Institución que hace no mucho tiempo
convocó a elecciones para elegir a su máxima autoridad, donde participaron 75
personas y la votación tuvo como resultado un 38 a 38 que desafió las
matemáticas. Eso lo sabemos y consideramos, pero hay algo que no se negocia, y
es la actitud. Y en la ecuación del éxito es una variable que no suma,
multiplica. Los argentinos todavía tenemos lugar en el alma para guardar
algunas derrotas más, pero ya no nos queda espacio para almacenar más engaño.
Para eso ya tenemos un amplio abanico de políticos que se ocupan a diario de
alimentar esa sensación.
Ojalá el entrenador cuente con las herramientas
intelectuales tácticas para sacar lo mejor de cada uno de ustedes dentro del
campo de juego. Que sepa tocar las fibras íntimas de cada futbolista que
integra el plantel para que sean pacientes cuando haya que serlo, y
desobedientes, en el buen sentido, cuando sea necesario. Que logre que se
comprometan, que dejen los celulares de lado y se comuniquen mirándose a los
ojos. Que si tienen que fermentar disidencias lo hagan dentro del vestuario, que
es donde se arreglan las cosas. Que el DT les logre transmitir que jugar en la
Selección Nacional no es una obligación, es un privilegio. Entiendan qué es el
“fuego sagrado”, si lo comprenden van a derretir todas las barreras que se le
pongan por delante en el país soviético. Y así señores les aseguro que no habrá
reproches.

Desmenuzando la anatomía de ese instante de gloria
que significaría conseguir la tan ansiada copa, los argentinos seguramente nos
vamos a sentir, al menos por unos días, más argentinos. Utópicamente o no, se
puede ansiar que después de haber compartido esas emociones colectivas y de ir
en busca de un mismo objetivo, esto genere más unión como sociedad. Que nos
pongamos de acuerdo en cosas más relevantes. Porque no nos olvidemos que como
dijo Valdano, el fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes.
Y si por esas cuestiones azarosas que tiene este deporte no se logra el
objetivo, parafraseando al escritor uruguayo Eduardo Galeano, quedará esa
melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al final de cada
Mundial que no ganamos.