Un viaje subterráneo
Por Fernando Neira

Para el hombre de campo, aquel que vive o proviene de zonas donde el principal sustento es el cultivo de la tierra, el hecho de permanecer por debajo de ese manto sagrado es todo un acontecimiento.
Para las personas que sufren de ansiedad el subte es un arma de doble filo. Por un lado es el medio de transporte de pasajeros más rápido y efectivo que existe en las grandes urbes colapsadas por la vorágine del tránsito. Ya que les permite trasladarse de un lugar a otro en un lapso corto de tiempo, casi sin demoras ni momento para replanteos. Pero como contra prestación, las personas que viajan por debajo de la tierra, se están perdiendo lo que pasa por sobre ella. Y las personas ansiosas quieren, o queremos, estar al tanto de todo. Si llueve, si hace calor o frío, quiénes protagonizan las manifestaciones del día y dónde se llevan a cabo, cuánta gente hay, si tienen pancartas y qué dicen, etc.
Pero tampoco hay que negar que un viaje en subte puede ser un momento ideal para estar y no estar. Intentaré explicarme mejor. Continuando la lógica del hombre de campo primitivo que sólo estaba acostumbrado a que las personas que se trasladaban debajo de la tierra era porque les había llegado el momento sublime de partir hacia la muerte, la situación de permanecer vivos debajo de la superficie obliga a las personas a seguir pensando. Voluntaria o involuntariamente.
Cientos de personas comparten un mismo vagón diariamente, se dirigen a sus trabajos, a sus casas, viajan por placer, para visitar a un familiar enfermo, lo que sea. No importa el destino sino el viaje en sí. El traslado en subte es un reflejo fugáz de la estadía de los seres humanos. Millones de personas que vivimos a gran velocidad, que compartimos espacios en común y que no siempre, o mejor dicho casi nunca, intercambiamos palabras con la persona que tenemos al lado. Y las estaciones pasan como pasan los momentos. Momentos que perdemos o dejamos de aprovechar de una mejor manera. Personas que se maltratan entre si por ingresar a un vagón del que otros tantos se empujan y pelean por bajar. Toda una paradoja. Por eso la reflexión de que un viaje en subte puede ser revelador. Uno puede subirse por ejemplo en la estación Plaza de los Virreyes, un lugar rodeado de grandes villas miserias y bajarse en la otra cabecera, Bolívar, en la puerta del Cabildo. Lugar histórico donde hace casi doscientos años atrás un grupo de hombres con voluntades y lealtades se reunieron para que entre otras cosas esas diferencias sociales no sean tan evidentes como lo son actualmente.
Mientras tanto en el viaje los vendedores ambulantes deambulan incesablemente por los pasillos de la formación. Ofrecen cualquier tipo de cosas, chocolates derretidos, linternas chinas, muñequitos artesanales de lana, llaveros, almanaques con dibujitos y en algunos casos sólo lástima. Seguramente que para el que viaja cotidianamente este medio de transporte, los buscas ya forman parte de la geografía, pero para el que no, es inevitable que se le crucen por la mente cientos de interrogantes y escasas respuestas.
Ahora los dejo porque llegué a mi estación, y es el momento de bajarme de esta nota. Hasta el próximo viaje.-