8.4.06

Ya salió y está en los quioscos el número 31 de Lamujerdemivida:
"¿Quéte importa?"
'SI LA GENTE NO VE CINE NACIONAL ES PORQUE NO REFLEJA LA REALIDAD'.

Por Ezequiel Fejler, especial para Babilonia Periodística

EL DIRECTOR DE 'PIZZA, BIRRA, FASO' CONVERSÓ CON EZEQUIEL FEJLER ANTES DE ESTRENAR SU NUEVO FILM, 'CRÓNICA DE UNA FUGA', QUE CUENTA LA HISTORIA DE CUATRO JÓVENES QUE ESCAPARON DE UN CENTRO DE DETENCIÓN DE LA ÚLTIMA DICTADURA. OPINA SOBRE LOS DIRECTORES Y LA CALLE, Y SE DEFINE EN POCAS PALABRAS: 'ME GUSTA HACER CINE Y YA ESTÁ'.

Adrián Caetano es un tipo común que hace películas. Es, también, un tipo común que entra al bar en bermudas y sandalias. Que se llena el brazo de pulseritas de feria hippie. Que escucha cumbia y no se pierde un partido de Independiente. Que pregunta "Cómo va, che" y se sienta como si fuera un amigo que nos llamó para contarnos algo.
Adrián Caetano es un tipo común que hace películas, pero sus películas no son nada comunes y tal vez, por eso él pueda seguir siendo como es. La primera, de hecho, fue tan poco común, que marcó un antes y un después en el cine nacional: "Pizza, birra faso", que hizo hace 10 años junto a Bruno Stagnaro. Como tipo común que es, le pone paños fríos al asunto. "Fue un quiebre relaivo, porque metió 120 mil espectadores, no fue un boom. A'Pizza...' creo que le dio más bombo la prensa que otra cosa". Tal vez sea cierto, tan cierto como que a partir de ese momento, y de otras películas como "La ciénaga" de Lucrecia Martel, y "Mundo grúa" de Pablo Trapero, se haya comenzado a hablar de un nuevo cine argentino que hoy, ya no es tan nuevo.
Caetano tuvo el guiño de la crítica, los festivales y los espectadores con "Bolivia" y "Un oso rojo"; hizo ruido en la tele con "Tumberos" y algo menos con “Disputas". Le gusta charlar y tomar café, como a la gente común, y tuvo la suerte o la habilidad de haberle escapado a las fotos, lo que le permite conversar sin que la gente se pare a mirarlo o a pedirle autógrafos.
"Es un problema cuando sos un tipo público y no tenés ganas de serlo. A mí me gusta hacer películas y ya está", define con la elocuencia de un vozarrón demasiado grave para sus 36 años, tal vez resabio de algunos cigarrillos de más.

LA OTRA HISTORIA
El tipo común que hace películas que no son comunes, estrena el 13 de abril una de las menos comunes de sus películas: "Crónica de una fuga" que cuenta la historia de un arquero profesional (Claudio Tamburrini), que fue secuestrado por los militares después de un partido, y que junto a tres detenidos logra escapar del campo de detención clandestino. El film está basado en el libro "Pase libre" del propio Tamburrini, que hoy vive en Suecia.

¿No te dio algo de miedo meterte con un tema tan grande como el de la dictadura?
En realidad, yo no me meto con un tema muy grande. Me meto con otra historia, que es la de cuatro pibes que se fugan. La época es el marco contextual. Lo que a mí me interesaba era la fuga de cuatro tipos, una historia que yo ignoraba y que mucha otra gente también.Bueno, pero el tema está.
Obvio. Pero no es más que el marco, la película no se trata de eso. Si yo tengo que contar la película digo que es la historia de cuatro jóvenes que fueron secuestrados ilegalmente durante un proceso dictatorial en la Argentina, de cómo estrechan lazos sin conocerse y deciden fugarse. Como dice el título, es la crónica de una fuga, no habla de la dictadura. Me parece que si sos grandilocuente, pecás de salame.

¿Qué dirías, si tuvieras que ser grandilocuente?
Que acá hubo un gobierno dictatorial y criminal que de lo único que se preocupó fue de instalar un modelo económico. Acá no es que vinieron los milicos para matar a los zurdos y ya está, o para acabar con la guerrilla y se le fue la mano. Acá vino un gobierno con directivas muy concretas de los Estados Unidos, para instalar un modelo económico que es el que padecemos hoy. No era el que había en los 70.
En ese momento había otra sociedad...Sí, y creo que de esa sociedad se perdió, entre otras cosas, la solidaridad. Yo no creo que la solidaridad exista, hoy en día, acá. Creo que esta sociedad es machista, represora y atrasada. y creo que de eso habla "Crónica...". Los personajes cuando son secuestrados entran vestidos como estamos nosotros ahora, y con los ojos vendados. Después se fugan totalmente en bolas y en posición simiesca, como si fueran monos. Es como una metáfora del retroceso que se produjo en la sociedad y la mentalidad de la gente durante la dictadura.
"Crónica..." deja un gusto a largo como otras películas tuyas... Es una fuga, lo que la hace un poco más esperanzadora y emocionante, pero a la vez tiene un dejo amargo. Primero, porque es evidente que así como ellos se escaparon la mayoría no lo hizo. Y además, porque los pibes que salen no son los mismos que entraron. Hay una frase muy linda de la película que dice 'Si nos queremos escapar tenemos que pensar como antes de entrar acá. Porque si pensamos como estamos pensando ahora, no 'salimos más'. Es como si ahora nos arrestaran por. estar fumando en zona de no fumadores. Nos meten en la cárcel y pensamos que nos largan mañana o en unas horas. Y pasa el tiempo, y pasa, y de repente estás tres meses ahí adentro. y seguís pensando que te van a largar mañana. Ahí te quebraron, te hicieron percha; te largan, y sos un salame.
¿Cómo fue la inclusión de Pablo Echarri en el elenco?
No parece un actor tuyo...Siempre quise que actuara en alguna de mis películas; hasta pensé en él para hacer "Un oso rojo". Después, me encontré con él por segunda vez cuando estaba trabajando en un guión que se llamaba "Caudillo", al que no le encontré la vuelta. Pablo es un tipo fenómeno, es hincha de Independiente como yo, coincidimos en muchas cosas. Me parece que es un gran actor y fue mi desafío ponedo en ese lugar. Además, el tipo estaba muy entregado, muy dispuesto a hacer un papel diferente. Acá hace de jefe de un grupo de tareas. Tiene bigotes, pelo corto, rapado. Hace de hijo de puta, pero seductor, que es la peor clase de hijo de puta. Digamos, no es el Echarri que las chicas o la tele están acostumbrados a ver.
Sin embargo, las chicas siempre lo quieren ver. Y tenerlo a él es tener a ese público sin querer...
No, está apuntado a tener ese público queriendo. Pero por sobre todo, para mí, Echarri es un gran actor. Igual, también es un gran actor Rodriga de la Serna, que es el protagonista. El papel más difícil lo tiene él, porque es un personaje que va sufriendo una transformación en la película.

TIEMPO DE REVANCHA
El tipo común que hace películas poco comunes tuvo trabajos bastante comunes o, mejor dicho, variados. De familia de metalúrgicos, trabajó de tornero durante un tiempo. "Me rajaron por quilombero, por militante", cuenta con orgullo. "Después laburé en mil millones de cosas, hasta que desemboquéen el cine. Fui panadero, trabajé en una fábrica de pastas, fui tachero. De todos aprendés un montón. Por ejemplo, en la panadería, el dueño nos hacía barrer la harina que se caía al suelo y tamizada para poder usada de nuevo. Y mirá que era un tipo de plata con una panadería muy bien puesta. Ves la miseria en todos lados."

¿Sentís cierta revancha al poder mostrar eso en las películas?
Puede ser, una mini revancha. Pero no es el motor. A mí lo que me mueve ahora es hacer películas..¿Estudiabas cine mientras trabajabas de otras cosas o lo hiciste después?En realidad, más que estudiar, tuve nna formación enorme de chico. Entre los 6 y los 12 años debo haber visto unas mil películas. Vivía en un barrio, en Montevideo, y tenía el cine a dos cuadras. Como era amigo del hijo del dueño, veía cine a patadas; y nunca pensé que iba a hacer películas. Lo que sí, empecé a fascinarme, era un creyente absoluto del cine. Quería ser un James Bond, me asustaban las películas de terror, me encantaban las de aventuras, siempre me hubiera gustado quedarme con la chica de la película. Y no siempre pude (risas).El tipo común que siempre quiso quedarse con la chica de la película tuvo una novia no tan común, cuando era adolescente. Ella, que estudiabá cine, lo convenció de que tenía una gran formación cinematográfica, mucho más grande de los que estudian. "Algunos de ellos no ven una puta película y quieren ser directores. Cuando estuve en Cuba, hablando con gente de allá, me di cuenta que hay una gran diferencia entre el "ser" y el "hacer". Hay gente que quiere ser director, no quiere hacer películas. Hay gente que quiere ser doctor, no quiere curar gente. Yo conozco a casi todos los directores de cine de acá, y la verdad que los que quieren hacer películas son muy pocos", se queja Caetano, quien considera que el cine argentino tiene bien ganado el prejuicio que pesa en su contra. "Si la gente no, ve cine nacional es porque no la refleja, no refleja la realidad", asegura. "Los directores de cine tienen que caminar por la calle y dejar de encerrarse en sus casas caras, Internet y las computadoras".

SOBRE HÉROES Y TUMBAS
¿No sentís contradicción al mostrar mundos tan hostiles desde una posición medianamente cómoda, como la que tenés detrás de una cámara?
No, no siento culpa de estar filmando eso. Tampoco me sale el progre bienpensante. No soy un tipo políticamente correcto. Es gente común y corriente que vive en otras condiciones.
Lo que hice fue observar; tengo contacto con ese mundo. De todos modos, tampoco están retratados comoratones de laboratorio, que es lo que suele hacer la gente que se mete con ese tema. Lo mejor es darle un marco de película, no caer en el documental y fascinarse porque un chabón roba o porque un pibe se droga o un niño pide en la calle. Para mí no hay fascinación por eso.

¿Por qué tus personajes están siempre al margen de la ley?
El otro día me pidieron que escribiera algo para la presentación de prensa de "Crónica...", y mientras lo hacía me di cuenta que me gustan los héroes y los inconscientes, aquellos que trascienden lo que son sin darse cuenta. Son los mejores héroes. Por ejemplo, estos tipos que se fugaron, mientras lo estaban haciendo no se dieron cuenta que estaban haciendo historia. Porque si vos decís 'vaya hacer historia' sos un pelotudo. Entonces, más que por fuera de la ley, mis personajes van por fuera del modelo ,de ser humano que esta sociedad propone: alguien que piensa, que planea, que dice me voy a recibir de tal cosa.Algunos de tus personajes tampoco tienen donde dormir.

¿Te pasó algo así a vos?
Puf, un montón de veces; viví en pensiones como algunos de ellos. En realidad, de Uruguay me vine para ácá, me fui a Córdoba, y otra vez volví. Soy bastante nómade. Y lo cierto es que no veo la hora de irme de Buenos Aires. Es una ciudad rarísima. Por un lado la adoro y, por otro, creo que no es el mejor lugar para vivir. Pero no por Buenos Aires en sí, sino por las ciudades en general. Siento una gran atracción por el campo, por la naturaleza.¿

Y por qué no te vas?
Tengo tres hijos y estoy separado dos veces. Si me voy, me alejo de mis hijos. Estoy anclado acá. Pero debe haber algo inconsciente mío de no tener algún lugar propio. Incluso en fa profesión de cineasta, todavía no tengo una obra. O quizás sí, pero es bastante despareja. Tengo algunas cosas en televisión, otras en cine. En realidad me gustaría dedicarme sólo al cine.

¿Tener obra es algo así como el "ser" del que hablabas?
Exacto. El tema es que hay que hacer para ser. Eso de 'pienso luego existo' es una estupidez enorme. Existí, después pensá. Si no existís no podés pensar.

TV: TE AMO. TE ODIO
El hombre común que no hace películas comunes, también hizo televisión; e hizo programas que, previsiblemente, fueron todo menos comunes. Tuvo una experiencia en el 7, pero el desembarco fuerte fue "Tumberos", que alcanzó los 20 puntos de rating en América, y más tarde con "Disputas", en Telefé. El factor económico fue una de las razones que lo llevaron a probar suerte en el nuevo medio. "En principio, debo partir de que tengo que trabajar para cubrir ciertas necesidades básicas", dice.

¿Te atrajo algo más de la televisión, además de lo económico?
La posibilidad de trabajar con actores profesionales. En realidad, ya había hecho algo antes, que era "La cautiva", en Canal 7. Ahí aprendí mucho de cómo se trabaja en televisión; en "Tumberos" ya conocía el proceso. El tema, en cambio, no me atrajo tanto: no me interesaba demasiado retratar el mundo carcelario. Me empezaron a atraer otras cosas, dentro de la trama. De hecho, "Tumberos" tiene más que ver con un delirio onírico que con el retrato de la cárcel en sí. Y me gustó la idea de ver a los seres humanos ahí dentro, la posibilidad de ver gente. Hay que ver gente, no realidades sociales ni verdades universales. Hay que ver gente y cuando vos ves gente, entre esa gente hay mundos, y ahí está lo atractivo: los mundos que hay adentro de cada gente.

¿No te dio algo de temor meterte en televisión?
La tele es una porquería. Y me puso en un lugar de exposición insoportable. Una vez me llamaron unos tarados de una radio de Mendoza porque había unos pibitos que se tajeaban, supuestamente emulando a "Tumberos". Y yo les dije que mejor hablen con los padres de los pibes, en lugar de conmigo.

¿Tenés algún proyecto nuevo para tele?
No sé, la verdad es que no me llaman a mí de la tele. Debe ser por las cosas que digo...

Periodismo de hoy

Por Tomás Eloy Martínez (Diario La República, Perú)

Hace tres décadas, durante el apogeo de la investigación de The Washington Post sobre el caso Watergate, lo que ya entonces se conocía como nuevo periodismo alcanzó su punto de máxima influencia y credibilidad.
Se puede disentir con lo que después hicieron Carl Bernstein y Bob Woodward, autores de aquellos memorables relatos impecablemente investigados, pero no con la decencia, la tenacidad, la eficacia en la información y la calidad en la narración que exhibió el Post al anudar los hilos de aquella historia.
Desde entonces, el periodismo narrativo ha tropezado y ha caído más de una vez, en los Estados Unidos y en otras latitudes, acaso por haber olvidado que narración e investigación forman un solo haz, una alianza de acero indestructible.
No hay narración, por admirable que sea, que se sostenga sin las vértebras de una investigación cuidadosa y certera. Así como tampoco hay investigación válida, por más asombrosa que parezca, si se pierde en los laberintos de un lenguaje insuficiente o si no sabe cómo retener a quienes leen, la oyen o la ven.
Solas, una y otra son sustancias de hielo. Para que haya combustión, necesitan ir aferradas de la mano.
Véase lo que sucedió con la historia de Watergate. Dos periodistas jóvenes, en pocos meses, alcanzaron notoriedad universal al desatar algunos nudos de corrupción y abuso de poder. Todo empezó por algo en apariencia insignificante: un robo en las oficinas del partido político de oposición. Y terminó con un hecho notable: la renuncia forzada del presidente de los Estados Unidos. El punto de partida era ínfimo; el resultado, en cambio, fue espectacular.
Una lectura superficial de ese fenómeno hizo que muchos llegaran a conclusiones también superficiales. Si un incidente pequeño podía, por obra y gracia de los medios, transfigurarse en una historia mayor, entonces, pensaron algunos, había que salir en busca del escándalo.
El periodismo narrativo parecía perfecto para alcanzar ese fin. Los dramas bien contados podían conmover e hipnotizar a millones.
En cuanto a la investigación, se llegó a pensar que era legítimo tejer trampas aquí y allá, corregir sutilmente la dirección de ciertos hechos, agrandar otros, inventar testigos, multiplicar las gargantas profundas. Así el periodismo fue convirtiéndose en mercancía lo que es, esencialmente, un servicio a la comunidad.
Suele evocarse con melancolía y con la admiración que se siente por lo que no se tiene aquel periodismo revolucionario de los tiempos en que empezó todo, hacia fines de los años 1950s. Creo decididamente que ese periodismo no era tan bueno como el que se podría hacer ahora, porque hay más talentos que entonces y, los que hay, están intelectualmente mejor preparados.
Lo que sucede es que hemos caído, todos a la vez, en las trampas de la fiesta neoliberal. No sólo van quedando pocos lugares donde publicar lo que se quiere escribir, sino que a la vez (y lo uno va con lo otro) cada vez hay menos empresarios dispuestos a arriesgar la paz de sus bolsillos y la de sus relaciones creando medios donde la calidad de la narración vaya de la mano con la riqueza y la sinceridad de la información.
Informar bien cuesta mucho dinero, porque requiere invertir un tiempo para el que a veces no basta una sola persona, e informar con honestidad roza con frecuencia intereses ante los que se preferiría estar ciego.
Lo que está enfermando a la profesión periodística es una peste de narcisismo. Una inmensa parte de las noticias que se exhiben por televisión están concebidas sólo como entretenimiento o, en el mejor de los casos, como diálogos donde las preguntas no están sustentadas por información.
Y entre las radios y los periódicos se ha creado un atroz círculo vicioso, que empieza o termina con entrevistas que las radios hacen a personajes destacados por los periódicos, para que éstos publiquen, a su vez, las reacciones de esos personajes, y así hasta el infinito.
Por supuesto, hay periodismos brillantes a los que nadie les ha encontrado mancha alguna. Un modelo a imitar es el de Seymour Hersh, del semanario The New Yorker, que fue el primero en desenmascarar las atrocidades del ejército norteamericano en Vietnam al contar la matanza de los aldeanos de My Lai y el primero también en sacar a la luz los abusos de la cárcel de Abu Ghraib.
Seymour Hersh ha salido airoso de todos los intentos por desprestigiarlo, y ha demostrado, una vez y otra, que el mejor periodismo narrativo se fundamenta en la investigación. Esa señal de eficacia superlativa sólo es posible cuando los textos se trabajan con tiempo y con recursos.
Los diarios de América Latina son, en su mayoría, reticentes a ese cambio mayúsculo. Conozco a empresarios que se afanan en competir con la televisión e Internet, lo que me parece suicida, publicando píldoras de información ya digeridas u ordenando infografías para explicar cualquier cosa, como si tuvieran terror de que los lectores lean.
La necesidad de cortejar a los poderes de turno para asegurar el pan publicitario ha convertido a muchos periódicos en meros reproductores de lo que dicen los edictos de los gobiernos u ordenan las empresas de propaganda.
Algunos de los mejores medios en los Estados Unidos olvidaron esa lección elemental cuando empezaron los abusos de la cruzada contra el terrorismo, y las historias de torturas en Abu Ghraib y en Guantánamo fueron lavadas por muchas aguas antes de saltar desde sueltos menudos en la décima página a crónicas bien informadas en la primera.
Narrar fue lo primero que hicieron los periódicos en el espacio que dejaban las noticias telegráficas. Narrar es todavía su razón de ser, porque para comunicar los hechos de la vida es necesario que las palabras estén impregnadas de vida, y eso se consigue sólo con un cuento bien contado.

Se fue un tipo extraordinario

Su documento de identidad decía que mi viejo nació un 25 de agosto de 1933, aunque en realidad su cumpleaños era el 23 de agosto, se ve que ...