30.1.11

Cuando la literatura se anticipa a la ciencia

Por Rosendo Fraga

Jonah Lehrer, nacido en EE.UU., editor y periodista de las publicaciones de divulgación científica más reconocidas, en su reciente libro Proust y la neurociencia, sostiene que la teoría de la memoria sobre la cual el escritor articuló su obra En busca del tiempo perdido no sólo hoy parece demostrable científicamente, sino que además fue una anticipación en un siglo a lo que hoy se denominan las neurociencias.

Lehrer dice también que otros escritores de la época, como Virginia Woolf y Gertrud Stein, plantearon hipótesis, hace décadas, que la ciencia comienza a confirmar recién ahora, al comenzar el siglo XXI.

En el caso argentino, también hay ejemplos importantes de ello.

La relación entre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares tuvo múltiples manifestaciones (entre ellas, obras literarias en común).

En los últimos tiempos ha emergido otra coincidencia: su capacidad de anticipación científica a través de la literatura.

Rodrigo Quian Quiroga es un investigador en neurociencias de la Universidad de Leicester, en el Reino Unido, y a través del cuento de Borges Funes, el memorioso –donde describe lo que sucede cuando se tiene memoria infinita– elaboró la hipótesis de que el genial escritor argentino se anticipó en el tiempo al concepto de las neurociencias, planteándolo en el artículo que publica el 4 de febrero en la revista Nature.

Para saber cuánto de intuición y cuánto de conocimiento le permitió a Borges esta anticipación, Quian Quiroga, gracias a la generosidad y disposición de María Kodama –quien confirma el interés de Borges por lo científico–, pudo revisar la biblioteca, apuntes y papeles del escritor que están en la biblioteca de la fundación que lleva su nombre.

Allí constató que Borges tenía muchos libros de ciencia, entre ellos La mente del hombre, publicado en 1902 por el inglés Gustav Spiller, en el cual encuentra bases para el artículo mencionado.

Este interés de Borges por lo científico, como dijimos, es corroborado por María Kodama.

Al mismo tiempo, Rubén H. Ríos, al conmemorarse setenta años de la publicación de La invención de Morel, sostiene que su autor, Adolfo Bioy Casares, en realidad fue el primer ciberpunk.

Sostiene que esta temática, la llamada realidad virtual, recién surge en 1969 con Ubik, de Philip K. Dick; avanza con Neuroamente en 1984, escrito por William Gibson, y tiene una culminación en el cine de Hollywood con Matrix.

En su libro, Bioy imagina una máquina que extrae la vida psicosensorial de las personas –y en cierta forma termina con ellas– y toda vida orgánica e inorgánica, para después, accionada por la energía obtenida en las mareas, proyectar sobre el espacio la segunda realidad detenida en el tiempo que en poco se diferencia de la primera.

El punto de unión entre ambas anticipaciones del desarrollo científico en varias décadas lo da el hecho de que el prólogo de La invención de Morel es escrito por Jorge Luis Borges, quien pone el relato de su amigo en un nivel filosófico al vincularlo a la cuestión de la eternidad y la inmortalidad mediante la repetición sistemática y sin fin. Laberinto e infinito no en vano han sido dos constantes en la obra de Borges. Su erudición da así una dimensión más profunda al relato fantástico de Bioy.

Cuánto de intuición o de conocimiento influyó en estas visiones sigue siendo un tema abierto y ello puede decirse también de Proust.

Pero el ministro de Ciencia, Lino Barañao, ha dicho que el argentino más citado en papers de ciencia es Borges, y eso no es ni imaginación ni anticipación, sino una verificación concreta de la universalidad y genialidad de su pensamiento.

En cuanto a las neurociencias y la literatura, quizá convenga no olvidar un poema de Vinicius de Moraes que dice: “Somos lo que recordamos y lo que recuerdan que somos”.

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