24.6.09

Cómo votar y no morir en el intento

Por Fernando Neira (*)


Con un escenario tan cerrado y reñido como el que reflejan las encuestas en varias provincias, tanto en el oficialismo como en la oposición estarán pendientes de todos los detalles. Saben que uno o dos puntos pueden definir el futuro de una banca.


La oposición parece haber tomado los recaudos necesarios para evitar uno de los grandes males que afectó a la elección presidencial del 2007, como lo fue el robo de boletas. Es cierto lo que denunció la candidata del Acuerdo Cívico cuando dijo que cerca del mediodía de aquel domingo del 28 de octubre, ya no habían más boletas de su partido en muchos colegios de la provincia de Buenos Aires. Para evitar esto, los partidos optaron por repartir las papeletas previamente entre los vecinos, ya sea en la vía pública o casa por casa. De esta manera saben que pueden reducir el margen, al menos en esta modalidad.
Otra de las formas de perjudicar a los votantes y a los cuadros políticos, se da por la modificación electoral que entrará en vigencia en las elecciones del 28 de junio, que estableció la reducción del número de personas en los padrones. Hasta ahora las mesas albergaban a 390 electores y para estas elecciones el número máximo de sufragantes pasó a ser de 360. Esto derivó a que a muchos vecinos se les modifique el lugar de votación, y en algunos casos a distancias considerables. Hay habitantes del Partido de la Costa que por ejemplo se tienen que trasladar a más de 50 kilómetros de sus hogares para votar. Si a esto le sumamos la falta de compromiso político que tiene una porción importante de la sociedad, es un combo para nada alentador.
El “voto cadena” es otra de las modalidades que utilizan los partidos con cierta estructura para asegurarse el sufragio. Este sistema consta de cambiar dentro del cuarto oscuro el sobre oficial que le dan las autoridades de mesa a un puntero al ingresar por otro con firmas apócrifas. Al salir, éste le da el sobre original a un tercero que se encuentra afuera con la boleta del candidato que los contrató para asegurarse que no cambie el voto. Al momento del recuento final, se termina anulando el sobre con las firmas falsas y se cuenta como válido el sobre que contiene las signaturas de las autoridades con la lista del candidato adentro.
La aparición de las casi 50 mil boletas falsas de la fuerza Unión-Pro en el partido bonaerense de Ezeiza no hicieron más que embarrar la cancha. Algunos hablaron de una operación política para implantar la “sensación de fraude” por parte del candidato Francisco De Narváez. No obstante, desde el partido que lidera el Jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, no supieron esclarecer demasiado la situación. Primero intentaron por todos los medios que la noticia no salga a la luz y luego cuando era inevitable, se justificaron diciendo que “se trató de un error de la imprenta”, como declaró el senador Armando Nieto.
Para concluir vale recalcar que este empantanado panorama electoral, más allá de beneficiar a uno u otro candidato ya sea del oficialismo o de la oposición, lo único que hace es perjudicar al ciudadano y a la transparencia democrática.


(*) Artículo publicado en la revista política Cuarto Intermedio (www.cuartointermedio.com.ar)
El mundo que se viene

Por Tomas Abraham

Vivimos una época que ha conocido dos enormes crisis planetarias. En el año 1989 se derrumba una concepción del Estado y de la sociedad. Veinte años después, cae el mercado financiero. Sobre el sentido que acarrea esta última crisis todo está por decirse, y lo que se dice no deja de terminar en puntos suspensivos.

Con la caída del Muro hubo quienes lo vieron como el inicio de su integración al universo de la democracia. Muchos que habían apoyado a dictaduras criminales, los que estuvieron del lado de quienes alentaron invasiones a países que no respondieran a los intereses de las grandes corporaciones, y a favor de la acción de infiltración para derrocar a gobiernos populares, se sintieron en condiciones de abandonar sus cruzadas en defensa de Occidente. La Guerra Fría había terminado con el reconocimiento del fracaso de uno de los sistemas.
Ya no tenía sentido justificar por cualquier medio la defensa de los valores del individuo y de la libertad. El peligro comunista desaparecía. Fue el momento en que el anuncio del fin de la historia se ponía de moda.

Durante casi dos décadas, un discurso calificado como “único” tuvo la hegemonía en las cuestiones económicas. La tercera vía se presentó en escena para proponer reflexionar sobre un nuevo modelo dado el fracaso de las políticas neoliberales y de una socialdemocracia basada en un Estado de Bienestar ya insostenible.

Después del ’89 el socialismo pretendió adaptarse a la globalización y a los cambios en la tecnología, con un discurso que rescatara sus principios morales y sociales, y que fuera funcional a un mundo en expansión ilimitada y transformación continua.
La política de Bush dejó totalmente de lado las tibias aspiraciones de la tercera vía y aceleró la dinámica de los mercados desregulados.

Nadie previó el derrumbe del ’89 y menos aún el de 2008. Por supuesto que había señales de alarma, siempre las hay en el mundo de la interpretación infinita. Pero los visionarios de lo que vendrá, y efectivamente ocurrió, se perdieron en la muchedumbre de otros visionarios versados en un saber conjetural que no es una ciencia basada en predicciones ni en certezas demostradas.

La crisis de las hipotecas es la crisis de un paradigma crediticio y de una política financiera. El mundo creció durante años a tasas difícilmente homologables. La economía norteamericana aceleró su dinamismo y creó un estímulo tras otro para que todos se endeudaran y canalizó los flujos de capital hacia el mercado inmobiliario y la compra de acciones.

Estableció una tasa de interés mínima que abarató el crédito y fomentó la inversión hacia fondos especulativos. Los EE.UU. asociaron su política a la de China, y solventaron su déficit creciente con capitales de todo el mundo y la compra de sus bonos federales. China producía y los norteamericanos consumían, y la economía que concentra la cuarta parte de la riqueza mundial, junto a su asociado asiático en impresionante crecimiento, ponía en movimiento al resto del planeta.

El 30 de abril de este año, se reunieron en el Museo Metropolitano de Nueva York economistas de renombre, a propósito de un simposio de economía organizado por la New York Review. Fueron convocados Paul Krugman, George Soros, Jeff Madrick y Niall Ferguson, entre otros.
Ninguno de ellos se muestra optimista. Las soluciones que proponen desde perspectivas distintas están llenas de dudas. Admiten su desorientación. La palabra “apalancamiento” (leverage) es usada varias veces para describir un funcionamiento financiero a base de deuda futura que, según reconocen, produjo mucho daño.

No se ponen de acuerdo acerca de cuánto keynesianismo está en juego. Recuerdan que Keynes escribió su texto de referencia general en 1936, siete años después del desencadenamiento de la crisis. Ven en el gobierno de Obama una acción a dos puntas. Una es la inyección de ingentes cantidades de dinero con el fin de restablecer el crédito para que la recuperación no sea tan lenta y los efectos tan devastadores como los de la crisis del ’29. No consideran ajena a la misma el acceso al poder de los gobiernos fascistas y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Ninguno quiere siquiera pensar que la crisis actual pueda dar lugar a nuevas formas de autoritarismo y a conflictos mundiales.

Por otro lado, el gobierno de Obama estimula una política de grandes inversiones. Con la monetización forzada de la economía vía emisión y la asunción de obras de infraestructura por el Estado, más el salvataje de corporaciones financieras e industriales, el déficit de los EE.UU. está cerca del 17% de su PBI.

Los economistas convocados hablan de trillones y billones destinados a un mercado paralizado. Las acciones bursátiles no valen nada, y los recuperos se deben a maniobras especulativas de corto alcance. El estímulo a la demanda no parece funcionar. Es normal que en una época como ésta los individuos teman al crédito y se inclinen por el ahorro. El mañana es temible.
Los inversores tampoco quieren arriesgar y no van más allá de pretender recuperar su capacidad instalada. El Estado se dispone a asumir por el momento el rol que los privados deberían cumplir. No deja de disiparse el fantasma de la deflación de precios, y una posterior estanflación.

Soros insiste en que los mercados financieros deben estar regulados. Ferguson no cree en las políticas de estatización ni en que la conducción de la economía deba estar en manos del Estado. Para él, la salida de la crisis depende de los avances tecnológicos y del incremento de la productividad que históricamente, sostiene, es impulsado por los capitales privados.
Krugman cree que el Estado debe cumplir un rol activo y tomar la iniciativa de la inversión sin temerle en exceso al gasto. Pero reconoce que el público norteamericano sólo volverá a gastar si el gobierno le despierta confianza.

La emisión de deuda futura, y el uso de los dineros públicos para incentivar un mercado de trabajo deteriorado por el aumento de la desocupación y para compensar la desfinanciación de las fuerzas productivas tendrá efectos positivos si los ciudadanos norteamericanos confían en la eficiencia y la honestidad de su gobierno. Krugman estima que Obama es el que está en las mejores condiciones para concitar tal credibilidad. Pero la bruma no se disipa.

Ante una realidad así, los agoreros del fin del capitalismo sienten que llegó su hora. Aún no se sabe muy bien para qué. Hay proyecciones de todo tipo. Utopías de “lo pequeño es hermoso”, de la fundación de una sociedad basada en la vida simple y solidaria de pueblos con espíritu cooperativo, la celebración de la nueva unión del Estado con los pueblos largamente desplazados por la ilimitada codicia del capital, la voluntad de poner la piedra basal de un nuevo modelo de sociedad que resulte de necesarias mutaciones culturales y, además, el deseo de un cambio drástico de una civilización que erró su camino hace siglos; todo indica que ésta es una época fértil para los anunciantes de una nueva aurora.
Un final a toda orquesta



Por Fernando Neira

A pocas horas de que se abran los comicios legislativos y con una paridad e indecisión importante en una porción del electorado, los candidatos y funcionarios involucrados en la campaña se ven, en algunos casos, obligados a doblegar la apuesta. Sin el consentimiento de sus asesores de imagen e improvisando el libreto sobre la marcha, suelen decir algo más de lo que hasta ahora habían dicho, ya sea en tono de broma en el programa pseudo humorístico de Marcelo Tinelli o en una caminata proselitista por algún barrio humilde que difícilmente vuelvan a transitar.

Las confesiones privatistas que realizó la semana pasada el líder del PRO, Mauricio Macri, son un claro ejemplo que seguramente haya sorprendido a su asesor ecuatoriano Jaime Durán Barba, respecto al mensaje que dio a conocer públicamente su cliente. Nadie duda de la posición del Jefe de Gobierno porteño respecto a la estatización de las empresas multinacionales, pero exponerla tan abiertamente seguramente lo que no logrará es sumarle votos a su bloque. Al igual que la triste y antidemocrática reflexión que hizo el dirigente de Federación Agraria, Alfredo De Angeli, que recomendó “reunir a los peones de campo para decirles a quién tenían que votar el próximo domingo”. A la hora de improvisar no suele ser la mentira la que prevalece y sale a la luz con espontaneidad, así que conviene estar atentos a las declaraciones de los candidatos en estos últimos días de campaña, porque quizás se les escape alguna que otra verdad.

Pero no todos los políticos tienen el mismo perfil y vale rescatar también el contraste que reflejan candidatos como Fernando “Pino” Solanas de Proyecto Sur, en la Capital Federal, o la figura del ex intendente de Morón, Martín Sabbatella, de la agrupación Nuevo Encuentro en la provincia de Buenos Aires. Ya que la actitud de la mayoría de sus competidores los hacen quedar como bichos raros, por el sólo hecho de hacer campaña discutiendo ideas y proyectos con datos y estadísticas concretas, mientras otros basan su estrategia en la agresión o en la denuncia constante.
Otro dato llamativo de este particular cierre proselitista fueron las convocatorias que hicieron y luego suspendieron con cierto atino, por un lado el diputado nacional, Carlos Kunkel, y por el otro el dirigente social, Luis D´Elia. Ambas figuras allegadas al matrimonio Kirchner llamaron a “celebrar el domingo por la noche el triunfo del oficialismo en la Plaza de Mayo”. Cabe preguntarse qué es para ellos “triunfar” en unas elecciones legislativas de término medio, cuál era la intención positiva de dicho acto, y qué ocurriría si la victoria no es tal como presuponen. No son pocos los interrogantes, como tampoco lo son los antecedentes negativos del líder de la Federación de Tierra, Vivienda y Hábitat en sus últimas marchas por el centro porteño como para no preocuparse y estar alertas.

Se fue un tipo extraordinario

Su documento de identidad decía que mi viejo nació un 25 de agosto de 1933, aunque en realidad su cumpleaños era el 23 de agosto, se ve que ...