7.5.06

TEXTOS INÉDITOS DE PRIMO LEVI

EL ESCRITOR Y SUS FANTASMAS

Por Laura Kopouchian

Fue uno de los escritores italianos más importantes del siglo XX. Su obra, cargada con el humanismo de un sobreviviente de los campos de concentración del nazismo, abarca ficciones y ensayos. Presentamos unos textos inéditos y un perfil biográfico de esta mente tan lúcida como sensible.
A casi veinte años de su muerte, Primo Levi sigue siendo asiduamente publicado y leído en Argentina. Recientemente, aparecieron aquí tres obras del escritor turinés: Trilogía de Auschwitz, que reúne en un volumen único sus tres libros consagrados al Holocausto, Última Navidad de guerra, una compilación de cuentos cortos, y Deber de memoria, una entrevista realizada en 1983.
Levi es popularmente conocido por su testimonio sobre el Holocausto, pero su obra es mucho más vasta y abarcadora. Escribió libros de cuentos, ensayos, poesía, y artículos periodísticos que fueron publicados en diversos diarios. Sus obras fueron traducidas a múltiples lenguas y él, a su vez, fue traductor al italiano de otros escritores, como Franz Kafka.
El escritor vivió sus 67 años en la misma casona familiar donde había nacido (en El oficio de otros cuenta que un día descubrió que su sillón favorito estaba colocado en el sitio exacto donde su madre lo había dado a luz) y también murió en ella, al caer por el hueco de la escalera desde el tercer piso el 11 de abril de 1987.
La experiencia de su detención en el campo de concentración de Auschwitz le ofreció, como contrapartida a tanto horror, un oficio y una religión. Hasta ese momento, Levi había sido sólo químico; a partir del confinamiento se convirtió en escritor. Antes de ser apresado por los nazis se definía "un muchacho burgués italiano"; y si bien la experiencia vivida lo confirmó en su agnosticismo, fue Auschwitz que lo hizo abrazar la tradición judía.
Su primer libro, Si esto es un hombre, es un clásico ineludible. Fue traducido a decenas de lenguas, adaptado para radio y teatro, y es de lectura obligatoria en los colegios italianos. Levi lo escribió inmediatamente después de su liberación, en enero de 1945, impulsado por la necesidad de dejar testimonio de lo vivido y también de lograr un fin terapéutico: concretar su liberación interna. "Los recuerdos me quemaban dentro", declaró el escritor, y buscaba exorcizarlos, volverlos inocuos.
Este relato testimonial, organizado en capítulos cortos y narrado en un lenguaje ascético y descarnado, resulta sin embargo profundamente conmovedor. El joven Levi, entonces de 24 años, aparece en esta obra como un antropólogo, un observador-participante que analiza lo que ocurre a su alrededor con interés y curiosidad. El prisionero, a la vez que resiste la amenaza de la deshumanización, busca explicaciones para la afrenta moral de los campos nazis.
El segundo volumen, La Tregua (1963), relata el periplo que debió transitar por gran parte de una Europa devastada por la guerra durante nueve meses, luego de que el Ejército Rojo liberara Auschwitz. Esta odisea involuntaria para poder regresar a su Turín natal lo llevó por Polonia, Rusia, Ucrania, Rumania y Hungría; y sus primeros meses de libertad son descritos con una mezcla de angustia y toques de humor.
El volumen que cierra la trilogía, Los hundidos y los salvados, fue escrito en 1986, un año antes de su muerte. El título hace referencia a una "selección innatural" llevada a cabo por el aparato nazi, que decidía quiénes sobrevivirían y quiénes serían exterminados. Fue definido como uno de los libros más importantes del siglo.
Última Navidad deguerra es una compilación de 23 cuentos cortos escritos durante los últimos diez años de su vida. Presentado como "El último libro de un humanista imprescindible", fueron ahora reunidos por primera vez en castellano. Incluye relatos breves: algunos autobiográficos (como "Una de ‘suspense’ en el Lager", donde Levi dice sentirse hermano del personaje de Borges, Funes el Memorioso, por la memoria "patológica" que conserva de su época en Auschwitz); otros fantásticos, oníricos, humorísticos, y cuentos de animales. Refleja la vida en sociedad a través de los protagonistas de pequeñas historias: un oficinista cuyo trabajo consiste en asignar causas de muerte, un fabricante de espejos metafísicos que reproducen la imagen de una persona tal como la ven los demás y un periodista que entrevista a una hormiga, una jirafa y hasta a un parásito intestinal.
Levi fue consultado muchas veces sobre la posibilidad de que el horror pudiera repetirse. Su respuesta era un diagnóstico y un alerta: el Holocausto "ha sucedido y, por consiguiente, puede volver a suceder".
Al responder la misma pregunta en 1984, Levi hizo referencia a la dictadura argentina de 1976: "Basta con ver lo que sucedió en Argentina hace unos años. Por fortuna, al ser un país mal organizado, las víctimas fueron decenas de miles y no millones, pero si al frente de la Argentina hubiera habido una persona, digamos "shamánica" como Hitler, las víctimas habrían sido millones y no decenas de miles".
Sus allegados revelaron que, en sus últimos años de vida, Levi había sufrido depresiones periódicas, y su muerte fue generalmente interpretada como un suicidio, aunque hay voces discordantes que hablan de un accidente o un suicidio no premeditado. El sobreviviente Elie Wiesel brindó su interpretación de este último acto: "Primo Levi murió en Auschwitz cuarenta años después".
Kafka por LeviLa lectura del Proceso de Kafka, libro pleno de infelicidad y de poesía, nos cambia: nos deja más tristes y más conscientes que antes. Conque así son las cosas, es éste el destino humano: se puede ser perseguidos y castigados por una culpa no cometida, ignota, que "el tribunal" no nos revelará jamás; y sin embargo, esta culpa puede provocar vergüenza, hasta la muerte y quizá más allá.
(...) Nos precipitamos en la pesadilla de lo incognoscible desde la primera frase, y en cada página nos topamos con rasgos obsesivos: K. es seguido y perseguido por presencias extrañas, por entrometidos inoportunos que lo espían de cerca y de lejos, y frente a quienes se siente desnudo. Hay una impresión constante de constricción física: los techos bajos, las habitaciones repletas de muebles en desorden, el aire siempre turbio, bochornoso, viciado, sombrío; paradojal pero significativamente, el cielo está sereno sólo en la despiadada escena final de la ejecución.
(...) Kafka comprende el mundo (el suyo, y aún mejor el nuestro de hoy) con una clarividencia que asombra, y que hiere como una luz demasiado intensa: frecuentemente se siente uno tentado de interponer una pantalla, de ponerse al reparo; otras veces se cede a la tentación de mirarlo fijamente, y entonces uno queda deslumbrado. Como cuando se mira el disco del sol, y se continúa viéndolo por un largo tiempo sobrepuesto a los objetos que nos circundan, así, habiendo leído este Proceso, nos damos cuenta súbitamente de que estamos rodeados, asediados por procesos insulsos, inicuos, y frecuentemente mortales.
Calvino por Levi

Este amor por la palabra se unía, en Calvino, a un amor igualmente profundo por la naturaleza, que no tenía nada de idílico, de sentimental o de romántico: era el amor del naturalista que había heredado de sus padres, que cultivó hasta el final y que, quien lo lea atentamente, advertirá que se manifiesta ya desde su primer libro. (...)
Diría que en el tejido literario de todos los libros de Calvino aflora la puntillosidad, digámoslo, del científico: aunque no había seguido cursos académicos era de hecho un científico.
(...) Juzgando como puedo hacerlo yo, híbrido, mitad químico y mitad escritor, diría que una definición concisa de la escritura de Calvino consiste en su rechazo de los esquemas que coincidía con una portentosa capacidad de crear nuevos. Por lo cual creo verdaderamente que entre los escritores no sólo italianos, si hay uno que no será jamás imitado porque no es imitable, ése es justamente Italo Calvino.
Levi por Levi

Las viejas fotografías son crueles: remueven sedimentos, suscitan añoranzas inútiles. Sin embargo yo las conservo, por razones que conozco mal, quizá por puro narcisismo, quizá pensando vagamente que puedan interesar a alguien o convertirse en documentos de época. Volví a ver las fotos del Premio Campiello 1963 con sentimientos mezclados, tristes y alegres, pero con la sensación precisa de que retrataban aquello que, en mi oficio de antaño, se define como un viraje.
Había escrito y publicado mi primer libro, Si esto es un hombre, en 1947, y después nada más por catorce años: no sentía la necesidad de escribir y me parecía que nadie necesitaba que yo escribiera. Trabajaba como químico en una fábrica; mi trabajo cotidiano era fatigoso pero casi nunca aburrido. Era concreto y me daba seguridad. Me daba también preocupaciones, pero era mi trabajo, el oficio que había elegido y para el que había estudiado, había crecido en él, me había educado, había modelado mi forma de vivir y de ver el mundo, quizá también mi lenguaje; me daba el pan, y la idea de dejarlo y de dedicarme a escribir me era lejana.
Lo pensaba alguna vez, en los días adversos que ocurren en todos los oficios, pero sin seriedad, como se sueñan los archipiélagos: no era un designio sino una fantasía, los turineses no dejan lo seguro por lo incierto, los caminos viejos por los nuevos. Vamos, trabajar es la condición humana, y trabajar, por definición, quiere decir levantarse temprano por la mañana, navegar el tráfico ciudadano.
El deseo de escribir me volvió hacia fines de 1961, imprevistamente, como nace un amor; quizá porque el milagro económico italiano disparado poco antes había hecho menos tensa la vida en la fábrica. Me di cuenta de que tenía todavía mucho qué contar: en un año justo de trabajo (y sí, también esto era un trabajo, pero aéreo, festivo, autónomo, mío) escribí La tregua, la historia de mi retorno de la prisión. A diferencia de su hermano mayor, este segundo libro resultó enseguida más vital, nacido bajo un planeta benigno, tanto que tomó de la mano a Si esto es un hombre y volvió a ponerlo en circulación. No obstante, yo seguía rechazando el calificativo de escritor: era un químico, un experto en barnices aislantes, al quien le había sucedido escribir dos libros, haciendo horas extras, las noches y los domingos. En ese momento no tenía dudas, con La tregua había agotado mi reserva de recuerdos, había terminado de contar mi experiencia fundamental, aquella de Auschwitz y del retorno de Auschwitz.
En esta condición mía, asentada y conclusa, la propuesta de mi editor de participar en un concurso literario cayó como un meteorito. Se trataba del Campiello primogénito, un premio serio e importante pero apenas lanzado, y se trataba, para mí, como cambiar de piel. Me sentía halagado, reconocido, y al mismo tiempo percibía, dentro de mi nueva piel, las cosquillas de la autoironía: tú a Venecia, en medio de literatos de carrera y descendientes de los Duques, quizá en traje de noche, ¡con olor a pintura todavía encima! Recuerdo que el anuncio definitivo de que había entrado en la nómina y que tenía posibilidades de ganar, me llegó mientras estaba en el banco de pruebas de la fábrica.

Me equivocaba al estar tan asustado, pero tenía razón al intuir que aquel Campiello era un paso definitivo. Era un segundo título, a la edad en que muchos arrían las banderas arrían las banderas; era el ingreso a un mundo nuevo, lleno de estímulos y de riesgos: y, a los 44 años, todavía no lo había perdido el gusto por el riesgo. No abandoné enseguida las certezas de la fábrica, pero he aceptado el título de escritor y me diseñé un porvenir nuevo: en un futuro aún indefinido, dejaría mi oficio de transmutador de materia y emprendería uno nuevo. Era como prepararse para nacer por segunda vez.

Se fue un tipo extraordinario

Su documento de identidad decía que mi viejo nació un 25 de agosto de 1933, aunque en realidad su cumpleaños era el 23 de agosto, se ve que ...