14.4.10

De dones y maldones

Por Santiago Bilinkis (*)


Algunas personas nacen con dones maravillosos. Después, a veces, el ambiente en el que esa persona crece coopera para que ese don se exprese y desarrolle. Y en una tercera etapa, el agraciado portador de ese don puede, o no, poner su cuota de esfuerzo para llevarlo a límites superlativos.


Juan Román Riquelme es uno de esas personas tocadas por una varita al nacer. Él, igual que las demás personas que comparten su suerte, no hizo mérito alguno ni en recibir el don que recibió ni en que el ambiente le permitiera que se manifieste. Y por esa razón, todo don conlleva aparejada una responsabilidad: la de, en esa tercera etapa, poner lo mejor de uno para honrar el regalo recibido.


Martín Palermo es como vos, como yo. No tuvo la suerte de Román. Todo en sus logros es fruto de un esfuerzo obstinado, persistente, conmovedor. Es “patadura”. Y lo que es mejor de todo, él lo sabe. Siempre lo supo. Podría haber tirado la toalla. Podría haberse enojado con la vida, compartiendo el campo de juego con talentosos de la talla de Román pensando: “¿Por qué algunos reciben tanto y otros no?”. Pero no hizo nada de todo eso. Puso lo mejor de sí para hacer honor a su regalo, aún cuando fuera más modesto.


Pero este no es un post sobre fútbol. O no solamente… Este es un post sobre nuestra relación con nuestros propios talentos, la responsabilidad que implican y la importancia de honrarlos. Sobre la trascendencia de ser una buena persona. Sobre la vergüenza de quedar expuesto como un mezquino.


Hace rato que quería escribir sobre Riquelme. Porque encarna una relación con la vida, con los demás y con su propio talento que yo aborrezco. Pero me decidí a hacerlo ya cuando ví lo que hizo en el momento histórico en que Palermo convirtió su gol 219 y pasó a ser el mayor anotador de la historia de Boca. Lo que Román hizo en ese momento fue de una mezquindad, de una pequeñez tal, que resume en 15 segundos toda una manera de ser y epitomiza una carrera.
Para los que no conocen la historia, la resumo: Palermo y Riquelme se llevan mal hace tiempo. Hace semanas que Palermo venía intentando anotar el gol que le permitiera romper el record sin lograrlo. El lunes, Riquelme le dio un pase fenomenal que le sirvió el anhelado gol. Palermo anotó y corrió hacia Riquelme (lo normal es que quien hace la asistencia y quien convierte se abracen) pero Riquelme salió corriendo dándole la espalda para asegurarse de no saludarlo y dejarlo solo en el festejo de su momento más ansiado, en un desaire ostensible ante cientos de miles de personas.


Yo no sé si ustedes recuerdan cuán impresionante, cuán único era el talento futbolístico de Riquelme. Mirar
videos viejos de Riquelme jugando es una experiencia mística. La explosividad de su pique, el control de pelota en velocidad, su gambeta hacia adelante. Hoy el recuerdo de esa habilidad sublime queda tal vez oculto por el chispazo esporádico de un pase-gol magistral o por su opuesto, la larga letanía de performances deportivas mayormente mediocres. Si alguien que no lo conoce va a la cancha a verlo jugar, tal vez note que quien lleva la 10 de Boca es un jugador distinto, pero jamás podría adivinar que está ante una de las personas más dotadas que hayan pisado una cancha. Que está viendo a alguien de la talla de Kaká, de Xavi, de Zidane…


Después de ver la humildad de Ginóbili en TEDxBuenosAires hablando sobre su condición de “distinto” y su esfuerzo de años por exprimir cada gota de jugo a su talento, apena ver como para alguien recibir un gran don puede ser un “maldón”. Cómo puede fácilmente caer en pensar que por ser talentoso no es preciso esforzarse, entrenarse, tratar bien a los demás, mantener el agradecimiento por el “regalo” recibido.


Así es como Román fue corrido de todos los clubes donde estuvo salvo Boca, y terminó el lunes jugando contra Arsenal de Sarandí, en vez de contra Arsenal e Inglaterra.


El ejemplo de la historia de Riquelme y Palermo lleva un mensaje importante que es aplicable a todos los órdenes de la vida. Estoy seguro que todos, en diferentes lugares, se habrán topado con Riquelmes y Palermos y visto las consecuencias de ser de una u otra manera. Los dones hay que agradecerlos, cultivarlos, regarlos con esfuerzo. Sin eso, el resultado es ser apenas una caricatura de quienes podemos ser.


Muchos opinarán que Riquelme debería ir al Mundial y no estará. Nadie en su sano juicio pensaría que Palermo a a sus 36 años pudiera ir pero en una de esas… quién te dice, tiene su “revancha”: El patadura dedicándole un gol al talentoso desde Sudáfrica. Me encantaría que esta fábula termine con esa moraleja.


(*) Emprendedor serial

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