10.5.06

30 años del secuestro y desaparición de Haroldo Conti

NI OLVIDO NI PERDÓN: JUSTICIA

Por Marta Conti (*)

El verano se ha dormido. Un viento fresco recorre la plaza de mayo en la madrugada. Allí estamos los tres. El brazo de Haroldo rodea mi espalda. Fuerte, protector en su ternura. Nuestro bebé duerme apretado contra mi pecho. Una mujer en soledad golpea un bombo peronista. Tiene muchos inviernos sobre su piel. Un cielo poblado de nubes ofrece sus matices blancos, celestes, azules hasta llegar a un negro intenso cargado de amenazas. El silencio nos une en un entenderse de almas.
Un helicóptero aparece de la nada. Revolotea cual ave de rapiña sobre nuestras cabezas. Lo vemos partir hacia la oscuridad. El sonido del miedo golpea las ventanas de las casas dormidas. Un gato espantado trepa hasta la copa de un árbol. Desde allí observa atentamente. Avanza con estudiada lentitud quedándose en la rama más alta, más segura. Memoria inteligente que le evita dificultades ya sufridas. La plaza ha quedado vacía. Nuestro hijo se sacude en llanto. Intento calmarlo. Llora más fuerte. Haroldo le habla suavemente.
Sus manos recorren su rostro sin tocarlo. Se miran fijamente. Me impactan sus miradas. Mi cuerpo entero es puro escalofrío. Haroldo besa mi frente. Sus ojos azules / siempre presentes en mi vida / me llevan por el camino de los sueños. Regresamos lentamente. Como queriendo detener el tiempo en ese mismo instante. Mis hijas nos esperan sin dormir. Y están abrazadas muy juntas en un rincón del sillón grande. Nadie habló. Ya estaba todo dicho no mucho antes de esa fatídica noche del 24 de marzo de 1976.
El teléfono comienza a sonar ininterrumpidamente. Así cada día, cada noche.
Se suceden las preguntas. No hay respuestas. Todavía hoy. ¿Por qué? ¿Quién? ¿Cómo? ¿Dónde están? Los asesinos callan. Son cobardes. Tanta maldad no cabe en el infierno. Los ingleses se emborracharon de risas al ver sus lágrimas. No los soldaditos, ellos fueron víctimas todos de los mismos asesinos uniformados. Ellos se mimetizan en sus caras pintarrajiadas. Los detectamos por el olor que sale de sus entrañas cual ratas podridas en las cloacas. Es su hábitat. Cuevas tenebrosas donde no llega el sol. El sol es la vida. Lo que los señores mensajeros de la muerte no soportan. Son incapaces de ver un amanecer en su esplendor, de escuchar el canto de los pájaros, de amar hasta que el corazón duela.
Un remolino de perdidas me despinto el alma. Y yo aquí / en el camino / con todos en algún lugar/. La memoria intacta esperando en el vacío de mis manos. El dolor por las ausencias se anidó muy dentro de mí. Golpea duro. Como las injusticias que se siguen padeciendo. El país del por algo será, esta devastado. Tanta inocencia pisoteada en los niños sin futuro. Conmueve el total desamparo en la vejez. La impotencia es tan grande que a veces cierro las puertas al mundo y me refugio en el silencio que invento todavía.
Pero la vida es más que este momento. Es salir con el corazón bien puesto buscando señales que nos conduzcan a senderos nuevos aunque el pronóstico anuncie largos y fríos inviernos y el mar me siga siendo inalcanzable. Simplemente... porque allí no estarás...
La noche camina sola y ella tampoco escucha sus nombres.

(*) Compañera del periodista y escritor detenido-desaparecido Haroldo Conti

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