28.3.09

De eso no se habla (y de lo otro, demasiado)

Por Tomas Abraham

Uno de los componentes primarios del funcionamiento de los medios masivos de comunicación es el manejo de los silencios. No digo de los temas, porque el control al que aquí se hace referencia no es el de la alternancia y la prioridad de los temas, sino de su supresión.
Llama la atención que aquello que era un debate abierto hace poco tiempo, hasta comenzada la crisis con el campo en marzo de 2008, haya desaparecido de los grandes medios. Existía una polémica acerca de los efectos del monocultivo de la soja y de sus consecuencias en una diversidad de ámbitos, tanto naturales como sociales.
Ahora nadie discute sobre la conveniencia de sembrar soja hasta en las banquinas de las rutas. Es un tema soslayado, olvidado, anacrónico. Los problemas de la desertificación y la erosión de los suelos, de la tala indiscriminada de los bosques, de la desaparición de producciones tradicionales como la carne y la leche o el trigo, el de la expulsión de la mano de obra –mucho más extensiva en otras producciones rurales como la lechera, y muy reducida en la producción de soja– han sido corridos del escenario.
El Gobierno a veces recurre al problema, pero como es parte de todos los chanchullos que inventa semanalmente en su lucha contra los sectores agrarios, se pierde en el maremágnum de argumentos encimados.
Por lo visto nos morimos sin el monocultivo. Sin soja a raudales en los silos, sin el poroto totalmente desgravado, parece que el país se va a pique. Si el Gobierno accediera al pedido de la Mesa de Enlace –retenciones cero para la soja–, dicen que la economía volvería a crecer, las industrias metalmecánicas a reiniciar con intensidad actividades paralizadas y a tomar personal recientemente despedido o suspendido, los pueblos del interior de nuevo a florecer, y las provincias a apaciguarse.
Es probable que todo esto sea otra gran mentira. El país está en crisis y seguirá en crisis, porque no todo es soja, una gran parte es política, la de siempre, la suicida. La responsabilidad de esto no es sólo del Gobierno. No será la primera vez que por estos callejones sin salida en el que se meten personajes enloquecidos y acelerados, la carrera termine en donde terminan estos pasajes urbanos, en el choque contra un muro. Resultado: el país nuevamente en el hospital.
En mayo de 2006 fui orador de un congreso de la Federación Agraria cuando Buzzi era amigo del gobierno. Me pidieron en los pasillos que no fuera muy duro con los K.
De todos modos, mi crítica al gobierno era puntual, ya que descreo de las oposiciones en nuestro país porque por lo general son incapaces de gobernar. Me refería a la necesidad en la Argentina de un control sobre los manejos de los fondos públicos, de la urgencia de construir un Estado medianamente confiable, que esa confianza partía de la transparencia del uso de los dineros que se extraen del trabajo social, y que, finalmente, hasta que no asumiera el poder constitucional un personal gubernamental que representara esta realidad de honestidad a la vez que de eficiencia, ni la sociedad ni los ciudadanos mejorarían colectivamente mientras exista un Estado corrupto.
Desde ese punto de vista, me parecía que entre Menem y Kirchner había una línea de continuidad.
El público compuesto por pequeños productores dedicados a las actividades más diversas, horticultores, productores de frutas, de la industria láctea, etc., se expresaron y, entre otras cosas, decían que si había algo que realmente no les preocupaba era el tema de las retenciones a la soja. Por el contrario, recuerdo que decía uno del sur: “Mejor que cobren retenciones a los grandes y que esa plata la redistribuyan en créditos para nosotros”.
La verdad es que el tema de las retenciones a la soja no parecía preocuparles lo más mínimo a los representantes de la Federación Agraria ahí reunidos, mientras Buzzi no se sentía muy a gusto con mis críticas al uso y abuso de los fondos públicos de parte del gobierno de Kirchner.
Y ahora cambio de tema. Hablemos de algo más complejo que la astrofísica, hagamos un posgrado en comunicación para estar a la altura del asunto, me refiero a la Ley de Radiodifusión.
Desde mi punto de vista, la cuestión nada tiene que ver con la libertad de prensa ni con la captura de las mentes de los argentinos. A mí, Clarín nunca me engañó, pero no porque sea un gran vivo ni un ilustrado en estado de alerta, sino porque los diarios no engañan a nadie. Los lectores eligen los diarios de acuerdo con lo que los entretiene, según su opción política, aspiración cultural y medio social. El señor que toma su lágrima en La Biela lee La Nación, mientras en un café de Villa Lugano no se ven diarios en la mesa como en Starbucks. El futbolero va a Clarín a ver cuántos puntos le puso Pagani a Montenegro, el porteño setentista compra Página/12, mi familia lee PERFIL, y el noventa por ciento de la gente no lee los diarios.
Tampoco la tele engaña, la tele cautiva, pero sólo hipnotiza cuando estamos sentados en casa o mientras pinchamos un raviol. Los medios pueden hacer una campaña estruendosa sobre la inseguridad, hablar de Susana Giménez veinte horas por día, montar una operación clamor sobre la pena de muerte, y juntan apenas la mitad de la gente en Plaza de Mayo que un recital de Los Piojos, y con resto a favor del grupo.
La Ley de Radiodifusión es un asunto de dinero y de poder, pero nada tiene que ver con nuestra capacidad o interés informativo. Por eso es un negocio, podrán reducir poder económico a unos, entregárselo a otros, aumentar frecuencias, licitar lo que fuere, pero no nos usen a nosotros, a los clientes, a los ciudadanos, como cebo para los negocios del poder. Oficialismo y oposicion se disputan nuestra protección en nombre de la libertad; en vano, pueden descansar, no la perderemos por un cambio de bolsillos.
Hace tiempo que la información hay que buscarla y aprender a leerla. El problema de los sistemas comunicacionales y de la recepción de la información que circula en la actualidad debe ser parte de una política educacional. Buscar, cotejar, diversificar, pensar, multiplicar, eso ya podríamos hacerlo, hace rato que tenemos los recursos técnicos y culturales para estudiar la información.
La lectura de la actualidad debería ser una asignatura imprescindible del sistema escolar. Tan importante como la enseñanza de la historia. Requiere profesores con coraje intelectual, sin pereza ni esclerosis ideológica.
No se trata sólo de semiótica sino de filosofía, de los dilemas de la acción y de la argumentación en las tensiones entre la verdad y el poder.
Ninguna ley frenará el poder de los medios ni ningún predicador nos hará creer que un observatorio o un grupo de asesores o burócratas vestidos de progresistas nos garantizarán el pluralismo. La garantía del pluralismo está en nosotros, los lectores.

Se fue un tipo extraordinario

Su documento de identidad decía que mi viejo nació un 25 de agosto de 1933, aunque en realidad su cumpleaños era el 23 de agosto, se ve que ...