14.5.18

LA ARGENTINA, CON UNO DE LOS CALENDARIOS DE VACUNAS MÁS AMPLIOS

Por Matías Di Santi

Tras la difusión en 2017 de un proyecto de ley de la diputada nacional Paula Urroz (Cambiemos) que abría la posibilidad de volver opcional la vacunación, distintas personas, como el ex Ginés González García o el actual subsecretario de Estrategias de Atención y Salud Comunitaria, Jorge San Juan, destacaron el actual calendario nacional -obligatorio y gratuito- como uno de los más completos del mundo. ¿Qué muestran los datos?


El calendario nacional de vacunación cuenta con 18 vacunas para todas las poblaciones, que deben colocarse entre los primeros días de vida y la adultez, y dos más exclusivas para las personas que viven en zonas de riesgo (fiebre amarilla y fiebre hemorrágica argentina). Se trata del listado oficial del Ministerio de Salud de la Nación, y en todos los casos el Estado nacional las otorga en forma gratuita en centros de salud y hospitales públicos.

En cuanto a otros países, “la comparación es difícil, porque hay enfermedades que se pueden prevenir con vacunas por separado o con una sola combinada que proteja contra más de una a la vez, hay enfermedades con más presencia en un país o territorio (como la fiebre amarilla), y sistemas -como el europeo- donde se recomienda un calendario de vacunación pero no se provee gratuitamente o no es obligatorio. Dicho esto, la Argentina tiene uno de los calendarios más amplios”, explicó la ex directora del Programa Nacional de Inmunizaciones entre 2007 y 2016, Carla Vizzotti.

De acuerdo con los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Argentina tiene un calendario de 22 vacunas (suma a las 20 señaladas, por ejemplo, la vacuna contra el cólera que se aplica a los militares). Así, supera a la mayoría de los países del mundo. El Reino Unido, por ejemplo, posee 16. Brasil, por su parte, figura con un calendario de 28 vacunas, pero varias se aplican en forma privada y otras en grupos más reducidos que en nuestro país.

Hasta 2003 el calendario argentino contaba con ocho vacunas. En 2012, la directora de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), Mirta Roses, expresó en una carta que “la introducción en los últimos tres años de nuevas vacunas en el calendario, como la de influenza, neumococo y papilomavirus humano (HPV), así como hepatitis B para todos los adultos mayores de 20 años, sitúa al calendario vacunal de Argentina como uno de los más completos y avanzados de la región”.

Las especialistas consultadas coincidieron en resaltar la importancia de contar con un amplio calendario de vacunación de forma gratuita y obligatoria. “Esto genera igualdad porque, por un lado, se protege de la misma manera a todas las personas sin importar dónde viven o su realidad económica. Por otro, porque al vacunarse uno también ayuda a proteger a todos: se logra el efecto de inmunidad colectiva cuando hay un gran porcentaje de personas vacunadas en una comunidad”, destacó Romina Libster, especialista en vacunación e investigadora del Conicet en la Fundación Infant.

En un comunicado conjunto, la Sociedad Argentina de Inmunología, la Sociedad Argentina de Infectología y la Fundación Huésped, en el que criticaron el proyecto de Urroz, sostuvieron: “El sólo hecho de que un niño pueda quedar desprotegido por falta de vacunación representa un peligro social, ya que no sólo él queda vulnerable sino que también pone en riesgo a sus semejantes al no contribuir a la inmunidad general de la población”. En el contexto de las críticas, la diputada terminó suspendiendo “hasta nuevo aviso” una jornada sobre vacunación que iba a tener lugar en el Congreso, con el argumento de que había “utilización política” en torno al tema.

“La vacunación, luego de la potabilización del agua, es el hito sanitario que más vidas ha salvado en el mundo a lo largo de la historia de la humanidad”, concluyeron en el mismo comunicado las organizaciones médicas citadas.

(*) Artículo publicado originalmente en la Revista Anfibia 

Más allá de Cambridge Analytica: los académicos que extraen datos de Facebook


SAN FRANCISCO — En julio de 2014, un equipo de cuatro investigadores suecos y polacos comenzaron a utilizar un programa automatizado para comprender mejor las publicaciones de la gente en Facebook.
El programa, conocido como un “raspador”, permitió que los investigadores registraran cada comentario e interacción de 160 páginas públicas de Facebook a lo largo de casi dos años. Para mayo de 2016, habían recabado suficiente información para monitorear el modo en que se comportaban 368 millones de miembros de Facebook en la red social; uno de los conjuntos más grandes de datos de usuarios que se haya reunido.
“Nos preocupa la facilidad con que se puede reunir esta información”, comentó Fredrik Erlandsson, uno de los investigadores y un académico del Instituto Tecnológico Blekinge en Suecia. En diciembre, Erlandsson y sus colegas publicaron un trabajo de investigación en la revista Entropy, en el cual detallaron cómo se podían reproducir sus métodos para rastrear sitios de redes sociales.
Sus prácticas salieron a la luz en marzo cuando The New York Times y The Observer de Londres informaron que Aleksandr Kogan, un profesor de Psicología de la Universidad de Cambridge, había obtenido los datos de hasta 87 millones de usuarios de Facebook por medio de una aplicación que hacía un cuestionario. Kogan vendió la información a Cambridge Analytica, una consultora política vinculada a la campaña de Trump, para que esta pudiera crear perfiles psicográficos de los votantes estadounidenses. La semana pasada, Cambridge Analytica anunció que cesaría sus operaciones después del alboroto que provocó el uso que dio a la información personal de los usuarios de Facebook.Durante más de una década, profesores, candidatos doctorales e investigadores de instituciones académicas de todo el mundo han recabado información de Facebook por medio de técnicas similares a las que usaron Erlandsson y su equipo. Han reunido cientos de conjuntos de datos de Facebook que capturaron el comportamiento de individuos, desde unos miles hasta unos cientos de millones de ellos, de acuerdo con entrevistas realizadas a más de una decena de académicos.
Sin embargo, aunque ahora se sabe qué sucedió con esos datos que estaban en poder de Kogan, el destino de otras reservas de información es más oscuro. En muchos casos, los datos se usaron para investigaciones y artículos académicos. En algunos casos, la información no quedó protegida y se almacenó en servidores abiertos a los cuales podía tener acceso cualquiera. Algunos académicos afirmaron que los datos se podrían haber copiado con facilidad y vendido a comerciantes o consultoras políticas.
El resultado potencial es que haya más filtraciones de la información de los usuarios de Facebook por medio de círculos académicos, señaló Rasmus Kleis Nielsen, un profesor de Comunicación Política de la Universidad de Oxford que ha estudiado la recolección de datos de Facebook.
“El mundo académico está muy descentralizado y cada individuo, cada institución, tiene un mecanismo diferente para resguardar sus datos”, agregó Nielsen. “Aunque casi toda la comunidad académica fuera cuidadosa y protegiera los datos, todavía cabría la posibilidad de que alguien fuera descuidado o actuara de mala fe con el objetivo de vender el acceso a la información. Es difícil imaginar cómo Facebook podría evitar que eso sucediera”.
The New York Times revisó media decena de conjuntos de datos de Facebook que reunieron académicos desde 2006 hasta 2017. En uno que recabaron investigadores de Dinamarca y Nueva Zelanda de 2015 a 2017, se examinaron 1,3 millones de personas en Dinamarca —cerca de una cuarta parte de la población del país— para determinar qué tanto se podía predecir el voto de alguien por medio de un me gusta a una página política en Facebook. En otro conjunto, de 2013, que reunió un grupo de académicos noruegos, el objetivo fue definir la participación cívica de 21 millones de miembros de Facebook en cuatro continentes.
El equipo de investigadores daneses no respondió a nuestra solicitud para dar comentarios. Petter Bae Brandtzaeg, uno de los investigadores noruegos, mencionó que entendía la preocupación que generaba la recolección de datos.
“Como investigador, tienes acceso inmediato al comportamiento, las actitudes, los sentimientos y las relaciones de las personas, lo cual evidentemente es tentador para cualquiera”, escribió en un correo electrónico. Brandtzaeg señaló que muchos investigadores carecían de la pericia técnica para resguardar la información de manera adecuada.

Lo más común es que los datos de Facebook se acumulen por medio de programas raspadores que recorren la red social para documentar qué se publicó, o por medio de aplicaciones de cuestionarios que solicitan acceso a los perfiles de la gente. Entre los resultados se encuentran las ubicaciones, los intereses, las afiliaciones políticas, las interacciones en Facebook e incluso las preferencias musicales de las personas.
En la mayoría de los casos, para mantener el anonimato, los investigadores asignaron números a la gente de la cual habían obtenido información de Facebook. Sin embargo, mientras más datos haya, más fácil es superponer un conjunto de información con otro con el fin de identificar a alguien. En un artículo académico publicado en 2015 en la revista Science, se investigaron los datos de gastos con tarjetas de crédito y se reveló que los científicos de datos podían precisar el 90 por ciento de los nombres de los compradores con tan solo cuatro elementos de información al azar de sitios como Facebook, Instagram y Twitter.
Una vez que la gente es identificada y se conocen sus intereses e interacciones, puede ser blanco de la publicidad y se le puede movilizar para campañas políticas u otras causas.
En 2006, profesores de la Universidad de Harvard recolectaron uno de los primeros conjuntos de datos de Facebook de los que se tiene conocimiento. Cubría a 1700 personas que accedieron de forma anónima a que analizaran su información de Facebook. Posteriormente, desde académicos hasta estudiantes de primer año tuvieron fácil acceso a los datos.
En el Reino Unido, los investigadores hacían un trabajo similar con mecanismos distintos. En 2007, Michal Kosinski, entonces subdirector del Centro de Psicometría de la Universidad de Cambridge, trabajó con un colega, David Stillwell, para crear My Personality, un cuestionario que ofrecía evaluar las personalidades de las personas a cambio de información sobre ellas. Fue una de las primeras aplicaciones de este tipo en ser utilizada para obtener datos de los usuarios de Facebook.
Hasta la fecha, My Personality ha recolectado información de más de seis millones de usuarios de Facebook, según los académicos que reunieron los datos. Desde entonces, muchos investigadores han copiado el método de la aplicación de cuestionario, entre ellos Kogan.
En entrevistas que sostuvieron con The New York Times, Kosinski y Stillwell mencionaron que tuvieron mucho cuidado de mantener en el anonimato los datos que obtuvieron. Stillwell añadió que la información ya se había compartido ampliamente con otros académicos, pero que fue investigado cualquiera que hubiera querido utilizarla.
Kosinski reconoció que los datos no son objetos físicos que se puedan controlar con facilidad. Una vez que se crea un conjunto de datos, se puede copiar y compartir hasta que su fuente original sea desconocida. Kosinski mencionó que recolectar datos de Facebook se popularizó con los años, no solo entre los académicos, sino entre los desarrolladores, los mercadólogos, las empresas de análisis de datos y más.
“Kogan hizo algo indebido. Pero eso mismo lo hacen muchos otros a una escala bastante mayor”, aseguró Kosinski. “Solo que no los atrapan”.
Durante años, Facebook no tuvo políticas específicas sobre el acceso que podían tener los académicos a los datos de sus usuarios, aunque tenía lineamientos con relación al trabajo con terceros. Aunque la empresa tiene una regla que prohíbe el uso de raspadores, no ha ejercido esa política en contra de la academia. Además, hay ocasiones en las que la red social ha ayudado a los investigadores con sus estudios.
No obstante, en 2014, Facebook comenzó a limitar que las aplicaciones de terceros, como los cuestionarios, obtuvieran la información de los usuarios.
Desde que se revelaron las acciones de Kogan, las cuales desataron un clamor respecto de la privacidad de los datos, Facebook ha realizado más cambios. La empresa ha dado más control a la gente sobre sus configuraciones de privacidad. Afirmó que auditaría todas las aplicaciones que recolectan grandes cantidades de datos de Facebook y que había evitado de manera temporal que nuevas aplicaciones reunieran información de sus miembros.
El mes pasado, Facebook también redujo el número de académicos con los que iba a trabajar, con el argumento de que colaboraría con aquellos que quisieran investigar el efecto de la red social en las elecciones por medio de una “comisión de investigación independiente de las elecciones”. Los académicos que estén trabajando en proyectos relacionados con las elecciones son los únicos que pueden solicitar el acceso a la información.
Sin embargo, algunos investigadores aseguraron que los cambios recientes de privacidad podrían haber ido demasiado lejos, si también alejan a los académicos que se comportaron de forma responsable.
“Los académicos van a argumentar que necesitamos acceso a datos primordiales”, comentó Nielsen de Oxford, quien añadió que los cambios podrían producir una asimetría entre los investigadores internos de Facebook que acumulan montones de información y los académicos exteriores que no lo hacen.
“Si eso sucede, solo Facebook conocerá la manera en que realmente opera la empresa y cómo se comporta la gente en la red social”, mencionó Nielsen.
(*) Artículo publicado originalmente en The New Y

ork Times

Cómo sentir envidia puede transformarnos

Por Gordon Marino (*)
Podría parecer mezquino de mi parte, pero desde hace un buen tiempo me molestan esos hombres de barba canosa con mallas negras ajustadas: esos sexagenarios o septuagenarios fanáticos del ejercicio que presumen los miles de kilómetros que han recorrido en sus carísimas bicicletas. Detrás de mis muecas, por supuesto, ha habido un juicio moral: el de que estos hombres, que ya pasan la mediana edad y son entusiastas del ejercicio, son casos evidentes del autocuidado moderno que está fuera de control. Mi veredicto está sustentado pero, sinceramente, estos superciclistas que envejecen no me molestarían tanto si no fuera porque me da una envidia terrible que gente de mi edad, e incluso mayor, siga experimentando la emoción de llevar su cuerpo al límite. He sufrido tantas lesiones que ya no puedo hacer lo mismo y las horas que antes pasaba en el sauna solían ser esenciales para mantener mi cordura.
Unas décadas antes de Freud, Nietzsche predicaba que aquellos con la necesidad de hacer una búsqueda introspectiva debemos sumergirnos en el laberinto interior y rebuscar entre los instintos y pasiones que florecen en nuestras teorías favoritas y juicios morales. En este laberinto, Nietzsche detectó la caligrafía de la envidia por todos lados, por lo que señaló: “La envidia y los celos son las partes privadas del alma humana”.
Hace poco, un terapeuta con aproximadamente treinta años de experiencia me confesó que, de todos los temas que a sus clientes les costaba trabajo escudriñar (incluido el sexo), no había uno más difícil de abordar que el de la envidia. Aristóteles describió la envidia no como un deseo benigno de lo que alguien más posee, sino “como el dolor ocasionado por la buena fortuna de los demás”. No sorprende el hecho de que estos dolores emocionales a menudo den paso a un sentimiento de maldad. Hemos sido testigos de que a lo largo de la historia y a través de las diferentes culturas, cualquiera que disfrutaba de una pequeña dosis de buena fortuna le temiera al “mal de ojo” y buscara defensas en su contra. Por supuesto, hoy no se habla mucho del mal de ojo, al menos no en Occidente, pero definitivamente no es porque seamos menos propensos a sentir envidia que nuestros antepasados.
En su ensayo On Envy, el filósofo Francis Bacon escribió: “De todos los sentimientos, es el más insidioso y continuo. Los demás también se presentan, pero de vez en cuando; por lo tanto, bien se dice que: Invidia festos dies non agit“, es decir: “La envidia no toma vacaciones”.
Uno de los motivos por los que la envidia no toma vacaciones es que nosotros nunca dejamos que descanse el impulso de compararnos con el otro. He tenido estudiantes que reaccionan con gusto al ser aceptados en programas de posgrado y, unos días más tarde, preguntan tímidamente: “Oiga, doctor. ¿Usted como cuántos solicitantes cree que hayan sido rechazados?”, lo que se traduce en: mientras más rechazados haya, más feliz puedo sentirme.
Las redes sociales han generado nuevos panoramas de esta compulsión a compararnos y sentirnos superiores a los demás.
Quizá se trate de una manera sutil de lo que Nietzsche describe como “la voluntad de poder”, pero muchos publicistas prometen que al adquirir su producto no solo subirás tu estatus, sino que al entrar en tu cochera con ese flamante auto nuevo también harás que a tu vecino se le retuerza el hígado.
Pero, ¿acaso podemos aprender algo de la envidia? Si Sócrates tenía razón y no vale la pena vivir una vida sin cuestionamientos, entonces en definitiva debemos analizar nuestros sentimientos para descubrir lo que nos importa de verdad y no lo que nos gustaría que nos importara. Y qué mejor instrumento para esta especie de autoanálisis que la envidia, un sentimiento tan sincero como un puñetazo.
Por ejemplo, a menudo encuentro una razón para enojarme con las personas a las que envidio. Pero si logro identificar a la serpiente de la envidia arrastrándose por mi psique, por lo general logro aplacar la ira. Esa misma consciencia también puede contribuir a mitigar los juicios morales. Al reconocer la envidia cuando mi amigo sexagenario presumió haber terminado un maratón, pude dejar de fomentar el pensamiento indignante de: “¡En lugar de correr kilómetros a diario, ¿por qué no dedicas el tiempo a ser tutor de niños con discapacidades?”.
Kierkegaard, quien alguna vez señaló que podía ofrecer un curso acerca de la envidia, compartió esta historia de la antigua Grecia: “El hombre que le dijo a Arístides que votaba por desterrarlo ‘porque estaba cansado de escuchar por doquier que era el único hombre justo’, en realidad no negaba la excelencia de Arístides, sino que confesaba algo acerca de sí mismo: que su relación con la excelencia no era la del feliz encanto de la admiración, sino el infeliz encanto de la envidia”. Luego, Kierkegaard añadió lo más importante: “Pero no minimizó la excelencia”.
“La envidia es admiración secreta”, explicó Kierkegaard. Como tal, si somos sinceros con nosotros mismos, la envidia puede ayudarnos a identificar nuestra visión de la excelencia y a realizar los cambios pertinentes, en caso necesario. El revoltoso danés se lamentaba de que, a diferencia de Arístides, la tendencia de sus coterráneos de Copenhague consistía en negar ese horrible sentimiento y denigrar a la persona que carga con esos paquetes de resentimiento y mala voluntad, como esos vejestorios que pasan por mi casa zumbando en sus bicicletas. ¡Ay, cómo desearía poder unírmeles!
Camus escribió: “Los grandes sentimientos llevan consigo su propio universo, espléndido o abyecto. Iluminan con su pasión un mundo exclusivo. […] Hay un universo de celos, de ambición, de egoísmo o de generosidad. Un universo, en otras palabras, un estado mental y metafísico”. No vemos al mundo como representaciones bidimensionales. Nuestras emociones infunden valencia y color al universo que percibimos. Por muy desagradable que sea, es bueno saber cuando proyectamos envidia —cuando casi todos parecen hacernos sentir más pequeños y menos afortunados—.
En la actualidad, existen personas convencidas de que el conocimiento de uno mismo es relativamente inútil, de que el autoconocimiento no va a cambiar los sentimientos de los que estamos conscientes. Quizá estos escépticos sepan algo que yo no sé, pero la experiencia me ha enseñado que aunque no puedo elegir lo que siento, sí puedo influir en cómo lo entiendo, y que el entendimiento de uno mismo puede modificar y moldear esos sentimientos, incluyendo la envidia.
Hace poco vi un documental enfocado en algunas personas que han dedicado gran parte de su vida a mantener a los jóvenes alejados de la prisión. Recostado en mi sillón, pude haber hecho una declaración cínica como: “El sistema es un caso perdido”, pero era evidente que envidiaba la devoción de estas almas llenas de amor y generosidad. Y, así, comencé a atormentarme con la idea de que en lugar de escribir acerca de la envidia debía prestar atención y pasar más tiempo ayudando a esos niños al borde del presidio. Y quizá lo haga.
(*) Gordon Marino es profesor de Filosofía en el St. Olaf College y autor del libro de reciente publicación “The Existentialist’s Survival Guide: How to Live Authentically in an Inauthentic Age”.


Artículo publicado originalmente en The New York Times

Democraduras

Por José Natanson

uando en 1986 se publicó en español Transiciones desde un gobierno autoritario (1), sus autores, Guillermo O’ Donnell, Philippe Schmitter y Laurence Whitehead, señalaron que América Latina estaba dejando atrás el ciclo de las dictaduras para construir “alguna otra cosa incierta”, a la que muy cautelosos, y no sin titubeos, se atrevían a llamar democracia. Tres décadas después de la aparición de esa investigación fundamental, cuando algunos problemas parecían resueltos y ciertos debates saldados, verificamos una regresión autoritaria –un angostamiento de los límites democráticos– en diferentes países de la región pero especialmente en dos, en el primer caso como consecuencia de la decadencia de la izquierda y en el segundo como resultado del giro anti-democrático de la derecha.
Veamos.
Caribe
Aunque las raíces del declive venezolano pueden rastrearse tan lejos como hasta el Caracazo de 1989, la última etapa, en particular desde la muerte de Hugo Chávez en 2013, se caracteriza por el agravamiento del cuadro de recesión económica, carencias sociales, militarización del poder, autoritarismo y corrupción. Pese a ello, el chavismo venía garantizando elecciones razonablemente competitivas, en las que, aunque no se privaba de inclinar la cancha mediante la descarada utilización de todos los recursos estatales a su alcance, existía presencia real de la oposición, y cuyos resultados eran verificados –y avalados– por instituciones como el Centro Carter y las Naciones Unidas.
Si la democracia puede definirse como un tipo de régimen en el que no sólo hay elecciones sino que además no se sabe de antemano quién las va a ganar, si la democracia comporta en definitiva un cierto grado de incertidumbre, Venezuela era todavía una democracia; en el límite, pero democracia al fin. De hecho, al chavismo se lo podía acusar de muchas cosas salvo de no celebrar elecciones y de no reconocer sus derrotas en los pocos casos en los que ocurrían (cosa que por otra parte no hacía la oposición, acostumbrada a denunciar fraude cuando pierde pero no cuando gana, y siempre con el mismo sistema electoral, las mismas urnas electrónicas y el mismo tribunal).
¿Qué sucede hoy? ¿Siguen siendo aceptablemente democráticas las elecciones en Venezuela? La respuesta no puede ser más caribeña: depende. Lo fueron las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015 (ganó la oposición) y las regionales de octubre de 2017 (ganó el chavismo), pero no las de la Asamblea Constituyente que se realizaron entre unas y otras, en julio de 2017, bajo un curioso esquema mixto de representación territorial-sectorial que sólo admitía la victoria del oficialismo. Previsiblemente, el resultado no fue la redacción de una nueva Constitución sino la instalación de una instancia suprapoder con facultades de neutralizar a los órganos dominados por la oposición (Asamblea Nacional, Fiscalía General, algunas gobernaciones).
La secuencia ayuda a entender las cosas: tras el sorpresivo triunfo opositor en las parlamentarias de 2015, el chavismo pospuso las siguientes elecciones hasta que encontró una salida con la Constituyente, un año y medio sin comicios durante el cual enfrentó –y derrotó– una amplia movilización popular, aunque al costo de desatar una represión inédita desde su llegada al poder y descender un escalón más en su camino de decadencia. Luego, con la situación relativamente controlada, convocó a las elecciones regionales que venía postergando desde hacía un año y que ganó limpiamente, y ahora adelanta las presidenciales, que tenían que realizarse en diciembre y se pasaron a mayo.
La fórmula podría resumirse así: el chavismo convoca a elecciones cuando cree que las puede ganar, y la oposición sólo las reconoce cuando gana.
Es en este contexto en el que se realizarán las presidenciales del 20 de mayo. Las principales figuras de la oposición, incluyendo sus últimos candidatos a presidente, se encuentran exiliadas (Manuel Rosales), inhabilitadas (Henrique Capriles, Corina Machado) o presas (Leopoldo López). La Mesa de Unidad Democrática, dividida por acoso del chavismo pero sobre todo por su propia incompetencia, la dificultad de sus dirigentes para conectar con las mayorías populares y su incapacidad para construir una salida política, decidió no presentarse, en un nuevo intento, seguramente frustrado, por vaciar de legitimidad los comicios. En disconformidad con la decisión, el ex gobernador Henri Falcón, apoyado por un pequeño grupo de partidos, anunció que enfrentará a Nicolás Maduro, que aparece como el favorito. El signo de la campaña es sin embargo la apatía social, una especie de oscura resignación, junto a una creciente demanda de normalización económica y política.
Trópico

Como se sabe, Dilma Rousseff fue desplazada de su cargo mediante un impeachment que cumplió prolijamente todos los pasos previstos en la Constitución y fue avalado por la justicia en tres oportunidades, incluyendo el fallo de un Tribunal Supremo integrado en su mayoría por jueces designados por el PT, pero que ocultaba el pequeño detalle de que… no había delito. Asumió el vice, Michel Temer, que se apuró a desplegar un programa en buena medida opuesto al votado en la campaña. Y que hoy, aprovechando las debilidades de una sociedad históricamente poco proclive a expresarse en las calles, la desmovilización del PT y el apoyo cerrado del poder económico y mediático, lidera un gobierno de elite que se sostiene básicamente en su habilidad para manejar el Congreso (Temer es el verdadero Frank Underwood latinoamericano).
Mientras el presidente hacía el trabajo sucio, la justicia avanzaba en la causa del Lava Jato hasta lograr la detención de Lula, primero en todas las encuestas. Aunque es cierto que en el mismo megaproceso judicial han caído dirigentes de diferentes partidos, incluyendo a Eduardo Cunha, responsable del juicio político a Dilma, e importantes empresarios, como Marcelo Odebrecht, lo cierto es que la endeblez de las pruebas contra el ex presidente, sustentadas solo en indicios, sin un solo documento o papel de respaldo, la celeridad del proceso, que avanzó a una velocidad inusitada, y la impunidad de otros políticos, empezando por el mismo Temer, alimentan la idea de proscripción: no es difícil detectar detrás de esta especie de “mani pulite selectivo” los destellos guillotinezcos de la venganza de clase.
Como en Venezuela, parece difícil que los comicios presidenciales alcancen para devolverle a la democracia brasilera la normalidad perdida: el problema de las elecciones con proscripción no es sólo que le impiden a un sector de la población optar libremente, sino que lo empujan a impugnar al sistema como un todo, a menudo mediante estrategias extra-institucionales, vaciando de legitimidad a quien finalmente resulta elegido.
La cuestión militar, felizmente resuelta en otros países, potencia las dificultades. En Venezuela las fuerzas armadas forman parte constitutiva del dispositivo chavista y, convenientemente integradas a los negocios lícitos e ilícitos de la economía rentista, son quienes en buena medida garantizan la continuidad del gobierno. Brasil, en tanto, asiste asombrado a la súbita manía tuitera de sus generales: con la sutileza propia de un adoquín, el jefe del Ejército advirtió sobre los “riesgos de la impunidad” el día anterior al fallo del Tribunal Supremo que tenía que confirmar o rechazar la prisión de Lula.
Regresiones
Venezuela y Brasil atraviesan una profunda crisis democrática, tanto más significativa cuanto que se trata de los países que durante la etapa del giro a la izquierda funcionaron como ejemplos de transformación social, como el espejo en el que se miraban otras experiencias: radicalización con reforma constitucional en el caso del chavismo, conciliación con continuidad institucional en el del lulismo. Por supuesto, no son los únicos lugares donde la democracia se tensa: ¿cómo definir el impeachment impulsado por el fujimorismo contra el presidente peruano Pedro Pablo Kuczynski? ¿Cómo calificar la decisión de Evo Morales de presionar por un fallo del Tribunal Supremo que lo habilitara para un nuevo mandato… después de perder el plebiscito? ¿Cómo entender la arbitrariedad de la prisión preventiva contra ex funcionarios kirchneristas en Argentina?
Rebobinemos antes de concluir. La democracia puede definirse de mil maneras pero es en esencia un tipo de régimen, un conjunto de reglas y normas que regulan el acceso al poder y su ejercicio, lo que por supuesto implica un piso mínimo de derechos civiles y políticos garantizados (quizás también sociales). Frente a las visiones pavas o antiguas que conciben a la democracia como el sistema que despliega el contenido ideológico favorito de quien formula la definición, la perspectiva procedimental –la democracia como regla– permite incluir dentro de la misma categoría a gobiernos con orientaciones distintas, es decir aceptar la alternancia. Aunque entre la perfecta democracia sueca y “esa otra cosa incierta” descripta pioneramente por O’Donnell hay un mundo de grises, un debate informado exige consensuar una frontera, ponerse de acuerdo en la línea que, de cruzarse, convierte a un gobierno en una no-democracia. La degradación que experimentan Venezuela y Brasil nos lleva a preguntarnos si algunas democracias merecen seguir llamándose de ese modo o si no hemos entrado en una era de democraduras. 

Le Monde Diplomatique - Edicion cono Sur(*) Publicado originalmente en  

Los homosexuales, “terroristas sexuales”

Por Arthur Clech

En un contexto de luchas por la igualdad de género, la comunidad homosexual de Chechenia es perseguida. Miles de personas son sometidas a rituales de “liberación”, internaciones forzosas e, incluso, obligadas al exilio o encarceladas.

ontrol de las fuerzas de seguridad, chantaje, asesinatos, encarcelamiento en prisiones secretas y torturas: en Chechenia, los homosexuales corren riesgos aun mayores que en el resto de Rusia, donde la ley de 2013 contra la “propaganda sobre relaciones no tradicionales entre menores” redujo aun más el acceso al espacio público de algunas asociaciones de defensa de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT) que había en el país.
La situación chechena concentra un conjunto de factores que explican el inaudito grado de violencia que se ejerce contra los hombres que practican la homosexualidad o que están bajo sospecha de practicarla. Para escapar a una represión que, antes de las purgas estatales, se ejerce dentro de las mismas familias, mujeres que rompen con el mandamiento de casarse y buscan vivir su homosexualidad son obligadas a abandonar la república.
Persecución y exilio
La represión de homosexuales no es nueva. El Código Penal de la República Chechena de Ichkeria de 1996 reintrodujo la penalización de la sodomía (moujelojstvo): tomando este término del derecho soviético, el artículo 148 se inspira en la sharia estipulando castigos físicos y, en caso de reincidencia, la pena de muerte o la prisión perpetua. Para debilitar la influencia de los islamistas, los presidentes Kadyrov padre e hijo normalizaron como modo de gobierno la lucha antiterrorista, pregonando al mismo tiempo una rigurosidad religiosa no menos hostil a la homosexualidad.
Mediante la reproducción de estrategias perfeccionadas en el marco de la lucha contra los islamistas, las autoridades critican a las familias y apuntan así contra las solidaridades de los clanes. Algunos detenidos, acusados de ser gays, son obligados a hacer confesiones públicas en “ceremonias de liberación” a las que los hombres de su familia son también convocados (1). El poder ha sabido instrumentar hábilmente las prácticas existentes de control social. Ya en 2008 Ramzan Kadyrov justificó los crímenes de honor, que recrudecen tanto en Chechenia como en el resto del Cáucaso. Al exponer a los homosexuales al oprobio, las autoridades buscan, no sin éxito, asociar a los clanes familiares con su política de represión, obligando a las víctimas a alejarse de sus allegados, y a veces incluso a buscar refugio en algún país extranjero en el que no tengan que temer a los miembros más vehementes de la diáspora. Gracias a la complicidad de miembros de su entorno, y hasta de ciertos policías benevolentes −algo que refiere Elena Smirnova, una de las responsables de la asociación Urgencia Homofobia, que recibe a refugiados chechenos−, más de un centenar de personas habrían huido del país a causa de su orientación sexual. La cantidad exacta es difícil de establecer, en la medida en que pueden preferir esconder los motivos de su partida por motivos de seguridad.
El estado de guerra permanente obligó a los hombres a ajustarse a una norma de virilidad marcial, que reforzó aun más los vínculos privilegiados que tradicionalmente mantienen los hombres en las sociedades del Cáucaso, donde la homosexualidad es inconcebible. Dos guerras y la persistencia de una resistencia clandestina en las montañas han favorecido una proximidad entre hombres en las unidades de combate: vivida al modo romántico de la amistad masculina, a veces puede conducir a prácticas homosexuales inconfesables. Resultado: se profundizó el abismo entre las prácticas y las representaciones de la sexualidad que se hicieron más rígidas en los años 1990.
Estigmatización estatal
Chechenia, como el resto de Rusia, es heredera de una larga tradición soviética de negación de la homosexualidad. Después del paréntesis bolchevique, durante el cual fue despenalizada (1917-1933), en 1934 Josef Stalin reintrodujo en el Código Penal un artículo de represión de la sodomía que establecía hasta cinco años en un campo en caso de infracción. Aunque todavía no se conocen todas las estadísticas para el período 1934-1993, hay para los años 1970 un promedio de 1.254 condenados por año.
Los discursos de odio, como el que sostenía en 1934 el pope de la literatura soviética, Máximo Gorki −“Exterminen a los homosexuales y desaparecerá el fascismo”−, eran más bien raros en la URSS. El poder temía la publicidad, incluso negativa, de la homosexualidad, prefiriendo en cambio discretas campañas profilácticas: médicos y policías podían trabajar en conjunto para luchar contra las enfermedades de transmisión sexual o ejercer la internación en un hospital psiquiátrico con motivos de orientación sexual “desviada” (2). Hubo que esperar hasta 1999, es decir seis años después de la despenalización, para que la homosexualidad ya no sea considerada una enfermedad por el Ministerio de Salud ruso.
A gran distancia de una tradición reivindicativa, muchos chechenos acosados por las persecuciones reproducen esta visión patologizante del deseo homosexual, que se vive, como durante el período soviético, en la clandestinidad y el miedo a la delación, incluso por parte de los mismos partenaires.
Invitado a expresarse en distintos medios rusos, el ministro de Información afirmó que, “genéticamente”, era “imposible” que hubiera chechenos homosexuales, al contrario de los europeos, culpables de indulgencia hacia esos “degenerados” (3). Alternativamente negado y desacreditado, el homosexual pasa por traidor a la nación chechena, que se “regenera” luego de dos guerras. Esta homofobia explícita y virulenta es reivindicada en programas políticos que inspiran los nacionalistas tanto chechenos como rusos, sobre un fondo de retórica antioccidental: Vitali Milonov, el diputado de la iniciativa de la primera ley antihomosexuales en San Petersburgo, presentó a la república caucasiana como un modelo a seguir en materia de lucha contra la homosexualidad… asimilando a esta última con el “fascismo”, en una explícita imitación de Gorki (4).
1. Elena Milachina, “En Chechenia se llevan a cabo trabajos profilácticos” (en ruso), Novaia Gazeta, 24-4-2017.
2. Arthur Clech, “Between the labour camp and the clinic: Tema or the shared forms of late Soviet homosexual subjectivities”, en Richard Mole (director): “Soviet and Post-Soviet sexualities”, Slavic Review, Urbana, Illinois, mayo de 2018; Dan Healey, Russian Homophobia: From Stalin to Sochi, Bloomsbury Academic, Nueva York, 2017.
3. Véanse las entrevistas a Dzambulat Umarov, ministro de Información de Chechenia, concedidas a Ecos de Moscú y RBK el 6-6-2017.
4. Entrevista a Vitali Milonov por Ksenia Sobtchak en el canal privado Dozhd el 13-4-2017.

Le Monde Diplomatique - Edicion cono Sur(*) Publicado originalmente en 

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